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La voladura del USS Maine en 1898: accidente, manipulación e intervencionismo

15 de febrero de 2018

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(Tomado del programa radial Tribuna del Historiador que conduce el Dr. Eusebio Leal en Habana Radio)

 

USS Maine

 

Este 15 de febrero se cumplen 120 años de la voladura, en el Puerto de La Habana, del crucero acorazado de los Estados Unidos USS Maine. Este acontecimiento trajo como consecuencia inmediata la declaración de guerra de los Estados Unidos a España, la entrada de esta potencia emergente en la guerra de Cuba, acontecimiento que precipitó el fin de aquella contienda decidida finalmente en la batalla naval de Santiago de Cuba, el 3 de julio de ese mismo año, cuando faltaban unas pocas horas para conmemorase un nuevo aniversario de la independencia de los Estados Unidos.

Realmente todo estaba servido en lujosa vajilla, para que la potencia norteamericana, que emergía como un poder nuevo en el escenario mundial, alcanzase la victoria sobre una antigua potencia europea ante la nulidad de los aliados de España y que contribuyera a modificar el orden internacional de manera decisiva. Cierto, ya que no solamente Cuba, sino Puerto Rico y otras pequeñas islas, despojos de un pasado imperio-colonial, quedaron en manos de los Estados Unidos.

La guerra de Cuba, como consecuencia de la voladura del crucero acorazado Maine fue fulminante, rápida, a la cual contribuyó la prensa llamada amarilla de los Estados Unidos, que manipuló la solidaridad que sectores de la opinión pública de Norteamérica tenían hacia la causa cubana.

Como he repetido en otras oportunidades, Cuba tuvo, tiene y tendrá siempre amigos en Norteamérica, pero la verdad es que esos amigos de entonces quedaron eclipsados ante la precipitación de los acontecimientos y la declaración de ambas cámaras norteamericanas, de que el pueblo cubano de derecho tenía que ser libre, soberano e independiente. Sin embargo, se abstuvieron de reconocer al gobierno revolucionario y al ejército libertador que luchaba por nuestra independencia. Evidentemente, las opiniones estaban divididas entre los cubanos de aquel momento y los principales líderes desaparecidos del ejército libertador.

Minoritariamente, hay que decirlo también, algunos miraban con sospecha la intervención norteamericana, pero era tal el estado en el que se encontraba el país, era tal el estancamiento de la guerra que no lograban una claridad en el tema por el agotamiento de los unos y los otros. La ventaja, si se quiere, era para los cubanos pues eran en definitiva los dueños y conocedores del país. Ante la impotencia de España de mandar nuevos recursos y hacer nuevas inversiones financieras en la guerra de Cuba, muchos miraban la intervención norteamericana como un hecho providencial, como un hecho de carácter humanitario.

Así se manifiesta en la respuesta que el General Máximo Gómez da al Capitán General Ramón Blanco Llerena, cuando este le conmina en una carta, en que por vez primera se le da el título de General a Gómez por parte de un jefe militar español, a unir las fuerza cubanas y españolas en Santa Clara para, desde el territorio central, comenzar una campaña contra la probable intervención norteamericana; lanzar a los yanquis al mar y después una España generosa, reconocería la independencia de Cuba, el derecho de los cubanos.

La carta de Máximo Gómez en la cual señala que los Estados Unidos cumplen ahora un rol humanitario en la intervención, retrata un poco el espíritu y la verdad de los acontecimientos, sin que en esa respuesta no deje de ponerse de manifiesto con suspicacia, debo decirlo así, su actitud ante la probable intervención norteamericana, que ya era un hecho. “Si estas no fueran sus intenciones, dice, la historia los juzgará”. Esto es la verdad, decir otra cosa es sencillamente complacer un análisis facilista de la historia. El carácter imperialista de la intervención norteamericana es indiscutible y cuando se trate la cuestión histórica cubana, tiene que partirse de esa premisa, como una actitud honorable hacia la verdad.

 

El maine entrando al puerto de La Habana

El maine entrando al puerto de La Habana

 

La voladura del Maine había ocurrido la noche del 15 de febrero de 1898. El buque había llegado al puerto La Habana unos días antes, con las armas desenfundadas, en una visita amistosa, entre comillas, de las que se producían. Lo conocemos hoy a través de informaciones desclasificadas cada vez con mayor frecuencia donde se muestra el objetivo de avisarle al debilitado régimen español en Cuba y a la cancillería española en la península, que se produciría una visita de carácter amistosa al puerto de La Habana.

La defensa de bienes y propiedades norteamericanas en Cuba, que era muy grandes en aquel momento, y los disturbios provocados en La Habana por la intemperancia de los voluntarios y el estado de impotencia y desesperación que les producía la no victoria definitiva de las armas españolas sobre las cubanas, provocó que, la llegada de Maine significara un acontecimiento de carácter excepcional y para los españoles totalmente inoportuno.

No obstante a esto, se le ofreció en  el puerto de la Habana y en la ciudad, una recepción amistosa a los oficiales del buque de guerra, que era por cierto una nave muy moderna, parte de un destacamento de dos buques nuevos, que apenas una década antes habían sido lanzados al agua en astilleros norteamericanos. Era una nave muy poderosa.

Los marinos fueron recibidos en el Havana Yacht Club. De hecho, en el Yacht Club se mantuvieron hasta su traslado definitivo al Museo de la Ciudad, el retorcido timón del acorazado y otras reliquias que, en memoria de la estadía y de la recepción ofrecida allí a los oficiales, habían conservado. Proyectiles, cristales rotos de las escotillas de la nave, piezas de las vajillas… pero lo cierto, mas allá de lo anecdótico, es que la nave voló en el puerto de La Habana aquella noche, produciendo una terrible catástrofe.

Desde la primera mitad del siglo XVIII no se originaba en el puerto de La Habana un acontecimiento parecido. Se recordaba en las crónicas antiguas la voladura del Invencible, una gran nave de guerra española, hundida en una noche de tormenta y que causó enormes estragos. La otra explosión la viviríamos nosotros, al menos mi generación, la explosión de aquel buque francés La Coubre, que fue un acontecimiento terrible en el año 1960.

 

Maine después de la explosión

El Maine, después de la explosión

 

El Maine fue una catástrofe espantosa. En el puerto de La Habana se encontraban gran cantidad de barcos, algunas naves militares españolas, otras de pasajeros, comerciales. Desde distintos de estos buques se lanzaron rápidamente unidades de salvamento, para tratar de rescatar a los marinos que yacían inermes, muertos, mal heridos, en medio del incendio, la confusión, en las aguas del puerto, lleno por entonces de tiburones. Se produjo una primera explosión, como suele ocurrir en estos casos y una segunda más devastadora.

Esa misma noche, el Capitán General caminó hacia el Hotel Florida para brindar sus condolencias al General Lee, que era el nivel de acreditación en La Habana de las representaciones de las naciones extranjeras. Inmediatamente se comunicó al Departamento de la marina, lo pudo comunicar el propio comandante de la nave, el desastre que había sufrido su buque. Quedaban todavía sobre la superficie del agua algunos de los mástiles y armas del buque, partes de su estructura; no olvidemos que el Maine se había ubicado, dada la situación que vivía el país, en una bolla de protección, no precisamente anclado, como solían hacerlo las naves en los muelles portuarios tanto civiles, como militares.

Estaba fuera del alcance de toda posibilidad en ese momento y en estado de guardia y de vigilia, que impediría por todas las vías un atentado. Un atentado que en principio iban a tratar de atribuir a España, lógicamente, como así lo hicieron. ¿Qué pasó de verdad? ¿Qué ocurrió? A lo largo de los años se han tejido distintas hipótesis y hasta afirmaciones, por ejemplo, que los oficiales se encontraban en tierra y que la perfidia yanqui había colocado la bomba que había volado el Maine. No es cierto, los oficiales estaban a bordo. El Comandante pudo ser sacado de su camarote por sus asistentes y contemplar su nave en llamas y la enorme mortandad, antes de ser evacuado.

 

La tripulación del buque estadounidense Maine posa en grupo en 1898, poco antes de la fatal explosión

La tripulación del buque estadounidense Maine posa en grupo en 1898, poco antes de la fatal explosión

 

Otra afirmación: que a bordo de la nave venían solo negros. No es verdad, no estaba permitido entonces en la marina de los Estados Unidos y si observamos las fotografías tomadas a la tripulación, solamente algunos hombres negros ocupaban, lógicamente, los puestos peores en el infierno de los fogones del barco, pero de ninguna manera entre la marinería, ni tampoco entre la alta oficialidad.

De lo que no caben dudas es que la explosión ocurrió. ¿Cómo se pudo conocer? ¿Cuándo se pudo conocer realmente que había pasado? Estados Unidos nombró una comisión extraordinaria, como ocurre en estos casos para que, mientras se agitaba ya la posibilidad de la guerra inmediata contra España al grito de “Remember the Maine”. Mientras eso ocurría y el ministro norteamericano en Madrid era llamado para darle explicaciones que no aceptó y finalmente reclamado por su gobierno se le entregaban los pasaportes para salir hacia Norteamérica, la comisión norteamericana de expertos fue cambiada; la que debía afirmar categóricamente que la explosión había sido provocada por un atentado externo.

 

lo que quedó en el mar

 

A la segunda comisión, la española formada por viejos lobos de mar, hombres expertos, ingenieros navales, no le fue permitido realizar ningún dictamen in situ, por la sencilla razón que se consideraba un cementerio o un camposanto de los Estados Unidos, nadie podía tocar aquellos retos. Ellos sí preguntaron en su cuestionario si se había observado una alta columna de agua y la respuesta de los que pudieron ser testigos fue no. Por tanto, si no se observó una gran columna de agua, quería decir que el golpe no fue desde el exterior. También se interesaron por saber si se habían encontrado peces muertos en la bahía; cuando hay una explosión por la línea de flotación de una nave, se produce una onda expansiva que provoca la muerte de miles de peces, no fue así tampoco, no pudo ser demostrado.

Sin embargo, no pudieron acceder al buque. Cuando se recogieron los cuerpos y se comprobó la espantosa mortandad, el Capitán General abrió el Palacio, ahí está la fotografía impresionante donde se ven todos los salones y galerías con los féretros de los marinos de Estados Unidos. Y finalmente, una columna de carros fúnebres atravesó la Plaza de Armas, hasta el recién inaugurado camposanto de Cristóbal Colón, donde en ese momento, en tierra, fueron sepultados.

Cuando años después se realizó durante el gobierno del Mayor General José Miguel Gómez, la tarea de hacer una obra de ingeniería para extraer los restos del Maine y se creó una especie de piscina seca, una obra notabilísima para lograr sacar el agua del interior de aquella fundición de acero y concreto y ver los restos del buque, los daños del mar no impedían ver las cuadernas del navío y las planchas estalladas hacia afuera. Y las cuadernas dobladas dramáticamente, significando que la explosión había ocurrido dentro de la nave.

 

Monumento_al_Maine

El monumento a las víctimas del Maine fue construido en 1926 en El Vedado, La Habana

 

Muchos años después, el Almirante Hyman G. Rickover, experto en balística y asesor de los submarinos nucleares durante el gobierno del presidente J. F. Kennedy, publicó una importante tesis en la cual explicó y demostró que el estudio de las ruinas de aquella nave indicaba claramente que había sido una explosión de carácter interno. Ello demostraba que la explosión del Maine fue manipulada. El accidente producido en el interior de la nave por una convulsión espontánea en uno de los pañoles de proa de la nave, provocó una sucesión de explosiones. Y como suele ocurrir casi siempre, una segunda y gigantesca explosión, dobló prácticamente el barco de miles de toneladas y lo levantó para luego sumergirlo en las aguas oscuras de la bahía.

En aquella hora: 21 y 40 del 15 de febrero de 1898 había sucedido una explosión interna y España no había sido la autora del suceso. Se ponía de manifiesto que la voladura de USS Maine fue instrumentada para alcanzar el objetivo principal ya estudiado y analizado, intervenir en la guerra de Cuba.

El 8 de enero de 1899, Máximo Gómez escribe desde el centro del país:

 

 “Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla (…) Pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores, y no supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada vez más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía.”

 

En esta recordación que estoy haciendo de las palabras del Generalísimo, está explicada un poco su conclusión después de aquella carta en que responde al General Blanco que no es posible en suelo cubano una alianza entre “su ejército y el mío”. Había mucha sangre por medio, estaba también la sangre de su hijo Panchito, macheteado en el campo de San Pedro; la sangre de Antonio Maceo, su compadre y de los miles y miles de cubanos, los manes de tantas víctimas inmoladas, que como él señalaba exigían de nosotros una victoria con un único objetivo único desde entonces y hasta hoy: la independencia absoluta de Cuba.

 

monumento en cementerio Arlington

Monumento en el Cementerio Nacional de Arlington

 

Visitando los Estados Unidos, en el Cementerio Nacional de Arlington, llegamos a la tumba de los soldados y oficiales del Maine. Allí se encuentra una representación simbólica, que tiene en la parte superior uno de los mástiles con la pequeña torreta blindada, donde se colocaban los vigías del buque. En La Habana, en la avenida principal del litoral, en el Malecón aparece el monumento, obra del arquitecto Félix Cabarrocas, donde están los dos poderosos cañones de proa del Maine. También las cadenas y los bronces fundidos que sirvieron para las representaciones de lo que ahí ocurrió. Está también delante la madre Norteamérica que sostiene los cuerpos de sus hijos inmolados y aparece en la otra parte la solemne declaración de ambas cámaras: el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre soberano e independiente.

 

monumento sin águila

Monumento a las víctimas del Maine sin el águila

 

Libertad, soberanía e independencia que ellos mutilaron con la Enmienda Platt, que ellos mutilaron al no entregarle al pueblo cubano la libertad a la que solemnemente se habían comprometido. Y desde luego, no está ya en el monumento el águila imperial que fue derribada después de la victoria de Playa Girón. Recuerdo aquella noche, cuando la grúa levantó la enorme águila y se partieron las alas y cayó a tierra desecha rompiendo mármoles y bronces. Esas ruinas fueron llevadas al patio del Ministerio de la Construcción, en la Plaza de la Revolución y un día me avisaron que allí estaban; yo andaba recogiendo piezas para el museo, las alas pesaban toneladas y el buche y las garras retorcidas por el golpe. Decapitada el águila, no estaba la cabeza.

 

cabeza del águila en la SINA

 

Después supe que, como me dijo una vez Wayne Smith, el jefe de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana durante la administración de James Carter, la llevaron a la misión norteamericana. Otro representante de esa oficina, me invitó en un acto de confianza y a petición mía, para ver en un merendero que tienen arriba, en una sección no visitable de la misión norteamericana, lo que pocos han visto: la cabeza decapitada del águila, con el pico dramáticamente torcido.

Entonces recordé las palabras de Wayne: Hasta que las alas, el cuerpo y la cabeza no se unan, no habrá paz entre Estados Unidos y Cuba. La cabeza decapitada evocaba dramáticamente la revolución francesa. Me recordaba también aquellos días en los cuales con un grupo de hombres fuertes cargué las alas, cuando muchas gentes se llevaban pedazos y fragmentos del águila allí olvidada en los placeres al lado del Ministerio de la Construcción y las llevé al Museo de la Ciudad.

 

Fragmentos del águila del monumento al MMaine 7

Fragmentos del águila del monumento al Maine en el Museo de la Ciudad

 

 

Un día supe que la otra águila, la del monumento original, se encontraba en el jardín de la residencia de los antiguos embajadores estadounidenses. Había sido derribada por otra conmoción de la naturaleza, no precisamente la revolución, sino por el ciclón de 1926 que rompió en pedazos las columnas. Conservamos pedazos de esas columnas convertidas en copas conmemorativas y una sala en el Museo de la Ciudad inmortaliza este acontecimiento.

Ahora, a 120 años de la voladura del acorazado USS Maine, recuerdo a Fidel Castro, cuando conmemorándose un nuevo aniversario de la explosión del buque, me pidió que hablara y contara la verdadera historia en la base del monumento. Cinco mil personas se reunieron para escuchar aquellas palabras y se colocó una ofrenda floral, porque en definitiva aquellos jóvenes norteamericanos sacrificados en el accidente de la explosión y sometidos luego a la manipulación de los acontecimientos, fueron víctimas de la voracidad del imperio norteamericano en relación con la libertad del pueblo de Cuba.

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