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CIDH: Reformarse o morir

30 de marzo de 2013

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Uno de los órganos escandalosamente parciales, omisos e ineficaces de la muy cuestionada Organización de Estados Americanos (OEA) ha sido siempre la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y su asociada, la Corte Interamericana, que debe dictaminar en esa materia.

Como consecuencia de esa carencia de prestigio, confianza y autoridad, junto a un ostensible alineamiento a las posiciones e intereses de Estados Unidos, no pocos gobiernos latinoamericanos y caribeños han expresado reiteradamente en los últimos tiempos, -cuando la región ha entrado decididamente en un cambio de época que parece ser ya irreversible,- la posibilidad de retirar a sus países respectivos de la citada Comisión si en esta finalmente no se concretan las reformas sustanciales que impidan el errático, politizado y selectivo funcionamiento que hasta ahora la ha caracterizado.

En este sentido, resultó de crucial importancia y marcó un hito sin precedentes en la historia del llamado “sistema de derechos humanos” de la OEA, la reunión recién efectuada en Quito, Ecuador, por los Estados – parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Allí se habló alto y claro, denunciando los firmantes y ratificantes del también conocido como Pacto de San José, las deficiencias e insuficiencias, -tanto propias como inducidas,- que convirtieron a la CIDH en un instrumento de las políticas estadounidenses contra los gobiernos latinoamericanos y caribeños que se atrevieron a romper el dictado de Washington y a ejercer políticas soberanas, independientes y propias.

En Guayaquil, hubo nueve estados-partes de la Convención que plantearon la necesidad de trasladar la sede de la Comisión desde la capital norteamericana hacia una capital latinoamericana, teniendo en cuenta que Estados Unidos no ha ratificado esta Convención ni ninguno de los instrumentos interamericanos sobre derechos humanos que, sin embargo, pretende utilizar mediante la CIDH cuando conviene a sus intereses y objetivos imperiales.

Las diversas administraciones estadounidenses han convertido a la Comisión en caja de resonancia de sus políticas desde el triunfo de la Revolución Cubana, utilizándola como escenario propagandístico contra todos los procesos emancipadores como el gobierno de Unidad Popular en Chile, la Revolución Sandinista en Nicaragua, la Revolución Bolivariana en Venezuela, por citar solo algunos ejemplos.

Todo indica que, por vez primera, la CIDH se haya enfrentada a su propio destino y a su propio futuro. No podía ser de otra manera en momentos en que se está conformando una nueva América que no puede ya ser burlada por engaños y subterfugios, por hipocresías, omisiones y calumnias que han acompañado generalmente a los acuerdos de esta Comisión y su Corte.

Los Estados-parte acaban de abrir el camino hacia una reforma sustancial del Convenio, que incluye temas como el financiamiento del sistema y de las relatorías, actualmente ensombrecido por las dudas, y una información detallada sobre los costos.

Por otra parte, se conoce que la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) se encamina a establecer sus propios mecanismos de promoción, supervisión y defensa de los derechos humanos, en lo que muchos observadores califican como la pérdida del monopolio imperial que Estados Unidos ha detentado y utilizado para sus fines políticos como elemento de presión y chantaje en su otrora patio trasero.

En pocas palabras, reformarse o morir parecen ser las alternativas que aguardan a la declinante CIDH.

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