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La imagen necesaria

1 de octubre de 2021

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Es curioso observar cómo se van produciendo los cambios en nuestra forma de ser sin apenas darnos cuenta. Modificamos el carácter como reacción ante determinados acontecimientos, pero ¿se puede adelantar esa transformación voluntariamente?

Muchas veces en la vida, cuando las cosas no salen como quisiéramos, nos justificamos con un conformista “somos así, qué le vamos a hacer”.

¡Gran equivocación! Cambiar el carácter, incluso, la personalidad, se logra con el paso del tiempo. Pero es  también posible adelantarlo, si nos lo proponemos.

En la medida que maduramos, van surgiendo intereses que llevan a ser diferentes, como impulsos para modificar la manera de vivir. Estas tendencias al cambio, generalmente, acompañan a las “crisis existenciales”, o lo que es igual, situaciones negativas que propiciaron angustias.

De una forma u otra, la tendencia a repetir conductas que en múltiples ocasiones nos han dado buenos resultados, permiten evaluar cuál es el camino a seguir.

Esas pautas de comportamiento surgen de nuestra personalidad, y solamente requieren repetirlas hasta hacerlas habitual. Por supuesto que no resulta fácil readaptar la forma de ser, frenar las reacciones innatas, pero sí lograrlo cuando comprendemos que, de no esforzarnos a esa transformación, seguiremos siendo los culpables de nuestros fracasos.

La psicología reconoce que las necesidades se van transformando acorde a las distintas etapas del desarrollo personal, y  se agudizan en etapas de nuevas exigencias.

Durante mucho tiempo se habló de distintas crisis: de la adolescencia, de los 40 años, y así, sucesivamente. La experiencia ha demostrado que tales crisis obligan a la búsqueda del cambio, en cualquier etapa de la vida que una persona se lo proponga.

En situaciones especiales, cuando un cambio de trabajo, estatus social, o hasta del lugar donde vivimos, nos enfrentan a ambientes que no conocemos, ni estamos acostumbrados; instintivamente, comienza una lenta adecuación al medio, que poco a poco, se interioriza hasta adaptarse a las nuevas condiciones de vida.

No todas las personas pueden enfrentar una transformación similar, y en esos casos sobreviene la angustia, el miedo al cambio con nefastas consecuencias que requieren atención especializada. Pero, a la larga, irán asimilando la necesidad de adaptarse.

Lo que más ayuda en esos momentos cruciales, es la valentía de descubrir el autoengaño. Aceptar que con nuestra actitud  estamos bloqueando el camino, y urge mejorar las relaciones intrafamiliares, sociales, incluso, para alcanzar mejor posición laboral.

No es de inteligente “derrumbarse” ante la evidencia de que son rechazados. Vale reflexionar sobre las experiencias acumuladas y  aceptar la conveniencia de comenzar la batalla para conformar, urgentemente, la imagen necesaria

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