El uno para el otro
12 de diciembre de 2017
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¿Aumenta más la proporción de matrimonios que de divorcios?
Bajo la lupa de las investigaciones sociológicas y psicológicas del mundo, la clave para la felicidad conyugal, sigue interesando a la ciencia, sin marginar las ambigüedades actuales –uniones consensuales–, aquellas que conviven sin casarse.
El tradicional concepto de “hasta que la muerte nos separe” es la aspiración de quienes se aman, aunque algunos comprueban que es difícil alcanzarla, tal vez, porque a mitad de camino es muy pronto para conclusiones o, simplemente, sobrellevan el fracaso hasta que un buen día ponen punto final a la relación.
Existe el mito de que la “pareja ideal” depende de la conjunción de personalidades parecidas, aquellas que compartan opiniones, actitudes y valores morales. Ese criterio originó una investigación a partir de las diferencias entre recién casados.
Seleccionaron a matrimonios que no llegaban al año de unión y la mitad se habían conocido tres años antes de la boda. Además, los indicadores recogían amplios rasgos de características personales.
Los resultados fueron contradictorios, aunque las parejas eran muy similares, tenían poco en común en lo relativo a extraversión, escrupulosidad y emociones negativas o positivas.
Tras profundo análisis de contrastes, concluyeron que no existía evidencia de que los opuestos se atraen. Lo más sorprendente fue, encontrar que las similitudes de personalidad se vinculaban a la satisfacción marital, el hecho de estar casados, o lo que es igual, de haber creado una familia, pero no ocurría así en la gama de las actitudes similares.
Ahora bien, coincidieron en que dichas características relacionadas con la personalidad tardan más tiempo en hacerse accesibles y percibirse con exactitud. Por tanto, no juegan un papel verdaderamente importante hasta avanzada la relación.
Según los expertos, una vez que llega al matrimonio solamente la similitud en sus personalidades influye en la felicidad conyugal, pues la convivencia requiere gran coordinación en las tareas, temas y problemas cotidianos, para enfrentar las dificultades sin que dañen la vida en común.
La investigación emitió su conclusión: “Las personalidades parecidas facilitan el proceso, porque las diferencias provocan mayores fricciones en la relación”. Es decir, el final de las parejas no coincidentes, es fácil de imaginar. Divorcio o separación. Triste destino para quienes unió el amor, con verdaderas intenciones de alcanzar la felicidad. Y es que, los que se aman, poco pueden aceptar que no fueron hechos, el uno para el otro.
Al margen de la frustración y el romanticismo, las rupturas de parejas son algo más que un signo de modernidad. Los divorcios y las separaciones, atentan contra la estabilidad familiar, y también indican que la mujer no toma en cuenta la dependencia económica ni las condicionantes sociales que antaño la inhibían de romper el matrimonio.
Han cambiados las épocas. Antes, cuando se constituía un núcleo familiar, aunque el amor naufragara y las relaciones fueran hostiles, la pareja trataba de defender el vínculo. No comprendían que en muchos casos, la durabilidad de un matrimonio no era sinónimo de pareja feliz, sino una simple engañifa social.
Actualmente, los dos sexos reclaman satisfacción personal, se resisten a ser esclavos de la tradición, manteniendo una relación sentimentalmente extinguida. Aspiran a la felicidad.
Y como una luz en este panorama, lo más esperanzador es que la mayoría que se divorcia, vuelve al matrimonio para, obstinadamente, encontrar su añorado objetivo. El tiempo dirá la última palabra.
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