¿El uno para el otro?
14 de octubre de 2016
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Conocer la proporción de matrimonios que no llegan al divorcio es una temática mantenida en las investigaciones de sociólogos y psicólogos del mundo, sin marginar las ambigüedades actuales de las uniones consensuales, aquellas que conviven y se separan, sin pensar en los “papeles”, y por ende, donde no cabe el divorcio.
Encontrar la felicidad conyugal es un objetivo de los que se aman, pero resulta cada día más difícil demostrar que lo han logrado, tal vez porque están a mitad de camino y es muy pronto para conclusiones, o simplemente, porque callan el fracaso del intento hasta, que un buen día, ponen punto final a la relación.
Existe el concepto tradicional de que la felicidad conyugal depende de la conjunción de personalidades que compartan opiniones, actitudes y valores morales. Este criterio originó una investigación científica a partir de diferencias entre cientos de recién casados.
Los matrimonios no alcanzaban el año de unión en el momento de empezar el estudio, y la mitad de ellos se habían conocido apenas tres años antes de la boda. Además, los indicadores estudiados recogían un amplio rango de características personales.
Esos resultados fueron contradictorios, porque aunque las parejas eran muy similares en actitudes y valores morales, tenían poco en común en lo relativo a rasgos distintivos de apego, extraversión, escrupulosidad y emociones negativas o positivas.
Los investigadores concluyeron que no existía evidencia de que los opuestos se atraen. Pero, lo que más sorprendió fue que al evaluar la calidad y felicidad conyugal, encontraron que las similitudes se relacionaban con la satisfacción de estar casados, o lo que es igual, de haber creado una familia.
Según los expertos, las personas pueden sentirse atraídas por valores y creencias similares a las suyas. Llegan a crear una relación estable, debido a que esas actitudes son evidentes y permiten mantener relaciones de pareja en la vida normal. Sus bases son más sólidas y con menos riesgos de separación.
Ahora bien, los investigadores apuntaron que dichas características relacionadas con la personalidad tardan mucho más tiempo en percibirse con exactitud. Por tanto, no juegan un papel verdaderamente importante hasta muy avanzada de la relación.
Una vez que llegan al matrimonio solamente la similitud en sus personalidades es lo que influye en la felicidad conyugal, pues la convivencia requiere gran coordinación en las tareas y problemas cotidianos para enfrentar las dificultades sin que dañen la vida en común, explican.
La investigación concluye con un diagnostico preocupante: “Tener personalidades parecidas facilita el proceso, porque las diferencias provocan mayores fricciones en la relación”. Es decir, el final de las parejas cuyas personalidades no son coincidentes, es fácil de Imaginar: divorcio o separación. Triste destino para quienes unió el amor con verdaderas intenciones de alcanzar la felicidad. Y es que es difícil aceptar que no fueron hechos, el uno para el otro.
Al margen del romanticismo, las rupturas de parejas son algo más que un signo de modernidad. Los divorcios y las separaciones en los casos de uniones libre, atentan contra la estabilidad familiar, y también indican que la mujer no toma en cuenta la dependencia económica ni las condicionantes sociales que antaño la inhibían de romper el matrimonio.
Han cambiados las épocas. Antes, cuando se constituía un núcleo familiar, aunque el amor naufragara y las relaciones fueran hostiles, la pareja trataba de defender el vínculo. No comprendían que en muchos casos, la durabilidad de un matrimonio no era sinónimo de pareja feliz, sino una engañifa social.
Actualmente, mujeres y hombres reclaman satisfacción personal, se resisten a ser esclavos de la tradición, manteniendo una relación extinguida. Aspiran a la felicidad en la pareja.
Y como una luz en este panorama, lo cierto y esperanzador es que la mayoría que se divorcia, vuelve al matrimonio para encontrar la ansiada felicidad. El tiempo dirá la última palabra.
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