Barrera imaginaria
23 de diciembre de 2016
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Una conversación oportuna entre padres e hijos puede romper la barrera del silencio, y tender ese puente imaginario de comunicación. Condición propicia para el amoroso apoyo familiar cuando comienzan las inquietudes de la adolescencia.
Es lógica la preocupación ante el riesgo que constituyen las primeras relaciones sexuales sin la debida protección, o cuando solo están peligrosamente “aconsejados” por amistades de la misma edad. Orientaciones distorsionadas y sin base real que aumentan el riesgo de consecuencias imprevisibles: embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual o traumas difíciles de erradicar.
Sin embargo, pocos imaginan que muchos de esos jovencitos temen y alejan esa experiencia dominados por una frustrante reacción: la timidez.
Los adultos no parecen recordar que a esas edades también enfrentaron semejantes apuros, y suponen que dada la libertad de hoy, establecer esos contactos resulta fácil. Aunque, ciertamente, tienen más oportunidades que sus antecesores, un porcentaje elevado se queja de dificultades para el intercambio, quizás debido a las inhibiciones transmitidas por erradas influencias educativas.
El tímido se siente inferior, no puede convertir en acciones sus deseos e intenciones, pues, involuntariamente, frena impulsos que pueden ser tan simples como no atreverse a besar a una muchacha que le gusta. La respuesta es sencilla:
Teme ser rechazado o convertirse en objeto de burla. Le angustia hacer el ridículo o sufrir un fracaso. Lo domina el complejo de inferioridad que bloquea y obstruye sus pensamientos. Como en todas las cosas de la vida, el que no corre riesgos, tampoco tiene la oportunidad de triunfar.
Los psicólogos afirman que las crisis más serias de timidez pueden desatar síntomas físicos: sudor en las manos y frente, rubor en las mejillas, arritmia, rigidez en las mandíbulas, temblores, tic, movimientos repetidos de pies y piernas.
Tampoco se debe confundir una personalidad introvertida con la tímida. La primera es reservada y vive encerrada en sí misma porque elige disfrutar de su mundo interior. En contraste, la timidez bloquea el contacto interpersonal y puede extenderse hasta la adultez.
Un mensaje final: los padres deben establecer una intercomunicación total con sus hijos desde edades tempranas. Esto garantizará la confianza necesaria para consultarles cualquier duda ante las distintas situaciones que enfrenten en sus vidas. Y si los progenitores no se sienten preparados para hablar de sexualidad con sus muchachos, deben visitar al psicólogo que los asesoren y también les ayuden a romper mitos y patrones heredados a su vez, de su antigua forma de crianza.
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