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Bajo un mismo techo

28 de junio de 2021

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Los pequeños –o grandes– conflictos familiares mantenidos a través del tiempo, ya sean por actitudes intransigentes o indiferentes, van conformando lo que se califica como “familia disfuncional”.

El término define a quienes conviven en el seno hogareño sin enfrentar adecuadamente las necesidades y demandas que surgen cuando se comparte bajo un mismo techo. Situaciones que alteran el equilibrio entre estabilidad y cambio, provoca desajustes adaptativos que se prolongan por años, con gran sufrimiento para algunos miembros.

Este proceso se agrava más si se introduce otro factor crítico: miembros de la familia que envejecen. Las distintas generaciones que no saben manejar las dificultades naturales que presenta la convivencia. Los viejos no aceptan ser relegados en las decisiones, y los hijos adultos no comprenden la frustración de sus padres ante las limitaciones que obliga la edad.

La psicóloga Ana Margarita Espín plantea:

“Hablar de roles revertidos entre hijos y padres en la vejez lleva a confusión porque el abuelo atravesó la adultez –primero fue hijo, después padre–, y seguirá siéndolo, a pesar de su inevitable declinación física. Y es que un viejo no puede asimilar el tratamiento que corresponde a la imagen de un niño, ni nunca aceptará ser el hijo de su hijo, como pretenden en algunas familias, porque el anciano, aún en su fragilidad sigue siendo el padre con su historia familiar”.

La psicóloga destaca que en esos casos, donde el envejecimiento o una discapacidad irrumpen, el conflicto adquiere un tono diferente, que empeora si se trata de una enfermedad crónica. El problema está allí y es necesario reorganizar el sistema familiar.

Entre los factores de riesgo caracterizados por la disfunción familiar en la vejez, se analizan:

-Actitudes intolerantes hacia las características del envejecimiento.

-Deterioro del estado funcional del anciano.

-Dificultades en el cambio de roles familiares que se imponen.

-Insuficiencia en el apoyo al anciano (económico y afectivo).

-Rigidez en la jerarquía o en la toma de decisiones de la familia.

-Pérdida del cónyuge, jubilación, cambio de domicilio, y otros.

-Miembros alcohólicos, psiquiátricos o enfermedad crónica invalidante.

 

Indiscutiblemente, la disfunción familiar repercute en la salud del anciano: Aparecen trastornos afectivos: depresión, ansiedad, irritabilidad, perturbaciones del sueño y hasta ideas suicidas. Aumenta el riesgo de enfermedades crónicas, baja el nivel nutricional, la atención médica y hasta hábitos higiénicos.

Estos aspectos pueden variar en dependencia de la historia familiar, sobre todo, de las características de personalidad de sus miembros. Todos deben analizarse y variar sus estilos de vida para responder a las limitaciones del abuelo.

Si las relaciones afectivas fueron dañadas a través de los años, no habrá suficiente sensibilidad para la comprensión y ayuda al más vulnerable del grupo. Hay que pensar en su traslado a instituciones apropiadas, pero siempre recordando que la permanencia en el hogar, el respeto a sus costumbres y tradiciones, favorece el estado psíquico y físico del anciano.

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