Las ceibas de El Templete
15 de febrero de 2016
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“La ceiba ha sido uno de los ejes fundamentales para la celebración por el aniversario de la ciudad”. Como también expresara el Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de La Habana, con motivo de las celebraciones por el aniversario 492 de la otrora villa, cada 16 de noviembre “a ella regresan habaneras y habaneros”.
La relevancia que en el imaginario de los pobladores de la urbe tiene este árbol, calificado como un símbolo por el etnólogo cubano Fernando Ortiz, ha ocasionado que algunos se alarmen ante la noticia del proceso de sustitución del ejemplar que hemos visto en los últimos años, el cual se hallaba en El Templete desde la década de 1960. Sin embargo, fuentes históricas han corroborado que el emblema del acto fundacional ha sido cambiado en varias ocasiones y por diferentes razones, algunas de ellas desconocidas.
Para comenzar esta mirada al pasado, nos remitimos a José Martín Félix de Arrate, considerado el primer historiador de La Habana, quien explica en su obra “Llave y antemural de las Indias Occidentales” (1760), “que hasta el año 1753 se conservaba robusta y frondosa la ceiba en que, según tradición, al tiempo de poblarse La Habana se celebró bajo su sombra la primera misa y cabildo”(1).
La afirmación de Arrate es descartada en 1963 por Emilio Roig de Leuchsering, Historiador de La Habana entre 1935 y 1964, cuando declara que la frondosa ceiba no puede ser la misma “bajo la cual se celebraron la primera misa y el primer cabildo en esta villa, ni tampoco la que sirvió para el castigo de los esclavos infractores de las disposiciones municipales”, porque “la primitiva plaza de la villa de La Habana —ya en su asiento de la costa Norte—, en la cual se levantaba esa última ceiba, estaba emplazada en lugar muy distinto al que ocupó después la actual Plaza de Armas”.
Tanto Arrate como Roig coinciden en que el gobernador Francisco Cagigal de la Vega, en homenaje al acto fundacional, erigió en el año 1754 en el lugar donde hoy se halla El Templete, “una columna de tres caras que ostentaba en lo alto una pequeña imagen de la virgen del Pilar y en su base dos inscripciones alusivas a estos acontecimientos, una en latín y otra en castellano antiguo”(2).
Según consta en la lápida del zócalo, la ceiba que en 1753 estaba en este lugar tuvo una muerte natural. Por lo contario, ha quedado recogido por la bibliografía que hubo quienes acusaron al gobernador Cagigal de su destrucción(3). Mientras, el Dr. Eugenio Sánchez de Fuentes en su texto “Cuba monumental, estatuaria y epigráfica” (1916), sostiene que el árbol fue derribado por un huracán o se esterilizó a causa de los trabajos realizados cerca de él para la erección de la pilastra(4).
El mismo Sánchez de Fuentes, citado por Lescano, aclara que años más tarde, entre 1755 y 1757, por orden del Rey y siendo gobernador el Teniente General Don Francisco Cagigal de la Vega, sembró el Capitán Don Andrés de Acosta tres ceibas, de las cuales sobrevivió una hasta 1827(5).
Con el paso de los años, la columna erigida en tiempos de Cagigal se deterioró. Al despuntar el siglo XIX, el padrón de la piedra y la estatuilla de la Virgen del Pilar se hallaban muy maltratados. Es por ello que en 1827 el Capitán General Dionisio Vives decide restaurar el monumento y, finalmente, ordena edificar El Templete.
A propósito de estas obras, argumenta Mario Lescano, el hacha municipal derribó la ceiba que allí crecía pues se estimó que sus fuertes y hondas raíces podían poner en peligro la solidez de la nueva construcción.
El Templete se inaugura en el año 1828, y según continúa Lescano, “al año siguiente, el Ayuntamiento dio órdenes para que se sembrasen nuevos árboles: ceibas, álamos, palmas”. En 1928, fecha en que escribe esta obra en homenaje al centenario del Templete, la ceiba que se conservaba era una de aquellas que fueron sembradas en 1829.
No existen en la bibliografía consultada otras referencias a las ceibas que perecieron o se conservaron. Según ha confirmado el Doctor Eusebio Leal en otras ocasiones, la ceiba que llegó hasta nuestros días y que desde el año 2015 se hallaba enferma, fue colocada a principios de la década de 1960 del siglo pasado.
Leal recuerda que “cuando triunfa la Revolución, con el viejo orden, se estaba muriendo también el viejo árbol y había un enorme cartel que decía: ‘Áreas Verdes de la Ciudad de La Habana, municipio de La Habana, tratamiento terapéutico para salvar la ceiba’. Le estaban poniendo como sueros. Pero qué va, el árbol se muere y es despedazado piadosamente y la gente se lleva astillas; hasta yo conservo una”.
“Ahora bien, ese árbol es el sucesor de los que le precedieron en el tiempo. Y de hecho, el obispo Morel dice una cosa muy simpática, que es también de la voz popular: dice que la ceiba original se seca por las orinas de un orate que todos los días solía tomar el árbol como punto de referencia. Lo cierto es que yo creo que el manto freático, contaminado cuando sube la marea por la salinidad del puerto, hace que, llegado un determinado punto, esa raíz caudal toca un lugar y se envenena y muere”.
Más adelante, el también Director de la Red de Oficinas del Historiador y el Conservador de Ciudades Patrimoniales Cubanas, considera “que es muy bonita esa idea de que distintas generaciones, cada cierto tiempo, vuelvan a plantar el árbol”(6).
Notas:
1. Arrate, José Martín Félix de. Obras Completas. Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2013. p. 79.
2. Roig de Leuchsering, Emilio. La Habana. Apuntes históricos. Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963. Tomo I. p. 8.
3. Lescano Abella, Mario. El Primer Centenario del Templete. Sindicato de Artes Gráficas de La Habana, La Habana, 1928.
4. Ídem.
5. Ídem
6. http://www.habanaradio.cu/articulos/492-anos-fidelidad-y-grandeza-de-la-habana-2/
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