Custodio de la ciudad: El Cristo de La Habana
19 de marzo de 2016
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Justamente a la entrada de la rada habanera, en lo alto de la loma de La Cabaña, en Casa Blanca – pequeño poblado de ultramar –, se erige como protector de la ciudad, y dándole la bienvenida a los visitantes, el Cristo de La Habana.
Obra escultórica surgida de las prodigiosas manos de Jilma Madera (Pinar del Río, 1915-La Habana, 2000), esculpida en mármol de Carrara, El Cristo de La Habana, a diferencia de sus similares en Lisboa (Portugal), Lubango (Angola) y Rio de Janeiro (Brasil), no se representa con los brazos extendidos. El por qué de esta elección lo explicó la propia autora a la periodista Estrella Díaz en 1998: “Seguí mis principios y traté de lograr una estatua llena de vigor y firmeza humana. Al rostro le imprimí serenidad y entereza, como para mostrar a alguien que tiene la certidumbre de sus ideas. No lo vi como un angelito entre nubes, sino con los pies firmes en la tierra”.
Jilma, muy joven, presentó su boceto a un certamen que, en 1956, fuera lanzado con el fin de erigir un Cristo para la capital cubana, resultando ganador. Entonces, se creó un patronato con el propósito de recaudar fondos para sufragar la ejecución del proyecto. “Había logrado el Cristo hombre, no el místico de la religión católica… Aunque nunca he practicado la religión católica, siempre me he confesado cristiana. Si la gente fuera más cristiana, pero cristiana de verdad, estoy segura de que todo iría mejor”, confesó la escultora.
Posteriormente, vendrían largas discusiones sobre la altura que debía tener la figura. “Pretendían hacerlo de 35 metros de alto; es decir, tres más que el Cristo Redentor, de Río de Janeiro. A ello me opuse abiertamente, a pesar de que iba en detrimento de mis honorarios porque, desde el punto de vista artístico, habría sido un desastre si tenemos en cuenta la poca elevación de la colina de La Cabaña, en Casa Blanca. Por último, luego de varios debates, fue aceptada mi propuesta de 20 metros de alto”, explicó Jilma.
Fue en Italia donde se realizó el proceso de construcción. Durante dos años, Jilma Madera atendió directamente el trabajo técnico y artístico para crear la gigantesca figura. Conforman la escultura 12 estratos horizontales, con 67 piezas que se imbrican en el interior a una viga de acero y hierro. Se requirieron 600 toneladas de mármol blanco de Carrara y, una vez concluida, su peso se calculó en unas 320 toneladas.
Contaba la artista que después de ser bendecida por el Papa Pio XII, las piezas fueron trasladadas a La Habana en un barco que zarpó del puerto de Marina, en Carrara, a mediados de 1958. “El montaje se inició a principios de septiembre, y para ello se necesitó la fuerza de trabajo de 17 hombres, auxiliados por una grúa. La estatua se montó sobre una base de tres metros de profundidad, en cuyo centro se le construyó una armazón de cabillas que van afinando en el torso, donde se le insertó una viga de acero que llega hasta la cabeza. Cada fracción de mármol fue atada con tensores de acero a la estructura central, y luego, a ese espacio vacío, se le echó concreto tras haber sido chequeado el nivel y ajuste de cada estrato horizontal (…) En el interior de la base deposité periódicos de la época y una pequeña cantidad de monedas de oro”, refirió Jilma años atrás.
Fue en diciembre de ese propio año 1958 que quedó enclavada la escultura. Sobre el acto oficial dejó plasmado el etnólogo, ensayista e investigador Don Fernando Ortiz: “Esa monumental obra fue inaugurada por un gobierno impopular entre los fragores de una guerra civil… Fue con gran pompa y autoridades militares y civiles, bendiciones de cardenales y séquito de clerencia; y legiones de inciviles diablitos gozando de aquel espectacular sarcasmo. El pueblo, incrédulo, no asistió a la ceremonia. Pocos días después, en el albor del nuevo año, se pensó si aquella hierática imagen había realizado ya un milagro”. Y es que una semana después, el primero de enero de 1959 triunfaba la Revolución liderada por Fidel Castro.
Debido a su altura y ubicación, el Cristo de La Habana ha sufrido numerosos descalabros por las inclemencias climáticas – apenas meses después de su inauguración, fue impactado en 1961 por una descarga eléctrica, dañando la cabeza –. Cuenta su autora que “a mi regreso de Italia, traje conmigo un bloque adicional de mármol, por si algún día hacía falta, lo que en efecto sucedió poco después. Esa madrugada no pegué un ojo. Salí temprano rumbo al sitio, donde pude ver el boquete en la pieza número 67, exactamente en la parte posterior de la cabeza”. Con la ayuda de los bomberos de la calle Corrales, Jilma subió y reconstruyó el segmento dañado, temiendo que la lluvia penetrara y oxidara la armazón interior de hierro. Aunque trabajó con premura, la reparación tardó unos cinco meses.
Otras descargas posteriores perjudicaron la gigantesca escultura. Para evitar daños mayores fue colocado un pararrayos. Varias reparaciones han sido realizadas a lo largo de estos casi 60 años de ser colocada la efigie; quizás la más importante fue la que se realizara en 2013 por expertos de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, que alcanzara el Premio Nacional de Restauración y otros lauros otorgados por el Comité cubano del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS por sus siglas en inglés) y la organización de Documentación y Conservación del Movimiento Moderno en arquitectura (DOCOMOMO). El caso es que pese a las inclemencias del tiempo, allí está, erguido, elegante, presto a dar la bienvenida a los visitantes y custodiando la ciudad próxima a cumplir su medio milenio, el Cristo de La Habana.
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