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Una sabia decisión

23 de noviembre de 2021

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Abandonar la OEA es alejarse de un ambiente tóxico, dañino para los pueblos latinoamericanos y caribeños, y una acción de independencia y soberanía.

Nicaragua lo ha hecho ahora, como antes lo hiciera Venezuela y hace tiempo Cuba. Apenas triunfó la Revolución, el organismo lacayo de los gobiernos de Estados Unidos mostró su carácter injerencista y su verdadera cara, muy contraria a la imagen que intentan proyectar ante los pueblos de la región.

La OEA ha subsistido como un apéndice de Washington y sus políticas, no por lo poco o nada que ha hecho a favor de Latinoamérica y el Caribe, sino por el apoyo financiero de Estados Unidos y el nefasto divisionismo entre los gobiernos de izquierda y progresistas que, por etapas, han conducido los destinos de nuestros países.

Ese organismo no admite más contemplaciones ni paños tibios. Es un ente neocolonial usado como instrumento para que nuestros pueblos acepten pasivamente mantenerse bajo la égida imperial y los gobiernos ser fieles servidores de lo que decida el amo yanqui.

Por añadidura, la OEA ha mantenido en los últimos años, a un secretario general, Luis Almagro, el más entreguista entre quienes cambian de afiliación política con la misma frecuencia que cambian sus camisas.

En el aval de este personaje y la institución que representa, se cuenta su desprecio por nuestros pueblos e instituciones democráticas, así como la organización de golpes de estado como el realizado en 2019 contra el presidente Evo Morales, en Bolivia.

Contra Cuba, la OEA y Almagro han usado todo tipo de instrumentos de injerencia, siempre como fines servidores a la política del departamento de Estado norteamericano y a los guiones de los mandatarios de turno, sean republicanos o demócratas.

En el caso de Venezuela, la OEA, y Almagro en particular, han formado parte decisiva en el guion por derrumbar la Revolución Bolivariana.

Una institución que, como su amo de Estados Unidos, no ha reconocido ninguno de los procesos electorales realizados Venezuela y, más grave aún, dio crédito a un fantoche como Juan Guaidó, salido de la fábula de Donald Trump.

En el caso de Nicaragua, la Cancillería envió una comunicación a la OEA informando su decisión de retirarse del organismo hemisférico, por facilitar la hegemonía de los gobiernos de Estados Unidos en América Latina y el Caribe.

Esta propia semana, la Asamblea Nacional (parlamento) nicaragüense había solicitado al presidente Daniel Ortega, denunciar a la OEA por injerencia en los asuntos internos de la nación centroamericana.

De igual forma, la subsede nicaragüense ante el Parlamento Centroamericano, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y la Unión de Empleados de Nicaragua pidieron el retiro de su país del citado organismo regional.

El pasado domingo 7 de noviembre Nicaragua celebró elecciones presidenciales con observación internacional y transparencia absoluta. No obstante, 24 horas después de conocerse el conteo de votos que daba a Daniel Ortega como ganador, la OEA, al igual que lo hicieron Estados Unidos y la Unión Europea, decidió calificar los comicios, sin prueba alguna, de que «no fueron elecciones libres ni transparentes», y desconocieron su «legitimidad democrática».

Ante tales acciones de la OEA, el gobierno de Nicaragua ha adoptado una sabia y digna decisión, la de salirse de su membrecía en el citado ente regional.

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