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Una cumbre complicada en Helsinky

5 de julio de 2018

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Pocas veces ha sido tan complicada una reunión cumbre entre jefes de Estado como la se anuncia para el 12 de julio en Helsinky, capital de Finlandia, entre el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, y el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin.

Los que peinan canas o tienen buena memoria la comparan con la celebrada en 1955, en Viena por el entonces presidente estadounidense Dwight Eisenhower y el primer ministro soviético Nikita Jruschov.

En aquella ocasión –como en esta– múltiples y diversos eran los temas acumulados en las relaciones entre las dos potencias que en aquella fecha sostenían el equilibrio nuclear del mundo, una vez que Estados Unidos había perdido pocos años antes el monopolio nuclear, con el que ejercía su poder chantajista sobre el resto del mundo.

La llamaron el “equilibrio del terror”, pero no hay dudas de que contuvo las apetencias imperialistas y posibilitó de este modo la liberación nacional de muchos pueblos del Tercer Mundo, entonces colonias, cuyos movimientos independentistas pudieron hacerla posible ante la nueva realidad estratégica abierta con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.

Aquella Cumbre de Viena motivó esperanzas, muchas de las cuales no se concretaron, pero indudablemente marcó el momento en que el gobierno de Estados Unidos se vio precisado a sentarse en la misma mesa con la Unión Soviética, emergida victoriosa de la guerra antifascista y en vías de convertirse en potencia económica y militar que no podía ser ignorada.

Aislar a Rusia, separarla de Europa para después aplastarla y liquidarla, ha sido el sueño imperialista desde hace siglos. Napoleón y Hitler fracasaron estrepitosamente en el empeño, aun cuando lo intentaron en épocas diferentes.

En el mundo contemporáneo los intentos tampoco han faltado, sobre todo en los momentos posteriores a la desintegración de la Unión Soviética, cuando en medio de la confusión, el desorden y la traición el imperialismo norteamericano, sus socios y aliados, pretendieron convertir a Rusia en un actor internacional de segunda categoría y sujetarla a sus intereses.

Fieles a sus seculares tradiciones de lucha y espíritu de sacrificio los rusos fueron capaces de rebasar aquellos momentos terribles y de ellos surgió un nuevo liderazgo que fue capaz de encabezar con dignidad y talento la recuperación del gran país y su retorno a los primeros planos mundiales como factor imprescindible.

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