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Una batalla por Nuestra América

31 de julio de 2024

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El guion estaba escrito y repasado por los autores, que analizaron experiencias anteriores. Buscaron, como era de esperar, comparsa con algunos gobiernos europeos y latinoamericanos y la aberrante OEA.

Venezuela vivió y vive por estos días, una arremetida «con todo», para cambiar a Maduro, que significa someterse fielmente a los designios de Estados Unidos.

Es momento de denuncia y movilización popular en los países de Nuestra América. Hay que desenmascarar a payasos y a quienes prefieren unirse a los intereses imperiales, antes de buscar el diálogo mediante el respeto.

Hay que quitar la máscara a quienes actúan de espalda a los pueblos para enterrar un puñal a quien no piense como ellos y no actúe bajo el mandato estadounidense.

Nuestros pueblos de América Latina y el Caribe deben recordar en tiempos como estos, el alto valor de la solidaridad venezolana.

Hay que oír a las personas que han salvado su visión a través de la Misión Milagro, en intervenciones quirúrgicas totalmente gratuitas, realizadas en hospitales venezolanos.

Es tiempo de hacer más real a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y acudir a ella y sus momentos fundacionales. También al ALBA y su contribución de todo tipo con las naciones de la región.

La injerencia en los asuntos internos de otros estados está proscrita y no debemos permitir que crezca como hierba mala.

La confrontación y la división no pueden permitirse, ambas recomendaciones provienen desde Washington, como parte de una guerra donde se integran lo mediático, la desestabilización y la amenaza de sanciones e intervenciones militares.

Es hora de recordar —aunque algún que otro gobernante lo ignore y haga lo contrario—, los siniestros tiempos de las dictaduras militares en Sudamérica.

Argentina que aún busca hijos y nietos desaparecidos durante la dictadura del general Videla, y donde suman más de 4 000 los muertos, o Chile (1973-1990) donde, además de un sangriento golpe de Estado, Augusto Pinochet instauró una cruel dictadura bajo el visto bueno de los gobiernos de Estados Unidos y que provocó unas 40 000 víctimas, entre ellos 3065 civiles muertos o desaparecidos.

Otro tanto ocurrió en Uruguay, que ahora parece olvidar, o en Paraguay, donde el general Alfredo Stroessner, estuvo en el poder durante 34 años.

Nuestros pueblos no pueden olvidar la memoria histórica, esa que algunos gobernantes se proponen borrar de nuestras mentes, como también el regreso al sistema neoliberal que nos haga más dependientes y más empobrecidos.

Las recetas de hoy, venidas desde Estados Unidos o algún otro país de Europa, tienen como objetivos principales, poner a nuestros pueblos, como en la época de Monroe, bajo el dominio estadounidense.

Por eso no se quiere permitir que en Venezuela —la apetecida Venezuela por su petróleo— exista un gobierno popular, con planes sociales para beneficio de todo el pueblo, y con la soberanía y la independencia como bandera.

Tampoco el imperio y sus acólitos, quieren que Cuba construya su propio proyecto de vida en beneficio de todo el pueblo. O que lo haga, Nicaragua, Bolivia o alguna otra nación de nuestra América.

Hoy la batalla por Venezuela es la batalla por nuestra América, y debe ser la unidad y la defensa de la soberanía, la bandera principal para defenderla.

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