Un pasado reciente
1 de marzo de 2017
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La injerencia de Estados Unidos en todas las capas de la sociedad salvadoreña sigue vigente, y el ejemplo más reciente lo tiene la participación de su embajada en la capital en el reclutamiento de líderes juveniles para integrar un consejo que responda a los intereses de la extrema derecha, principalmente del opositor partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y se oponga frontalmente al gobernante Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
El pretexto de la embajadora de Washington en El Salvador es burdo, porque alega que hay que esperanza a la juventud, sin explicar el porqué hay tantos elementos ultraderechistas ahijados en la sede diplomática, principalmente de ARENA, uno de los promotores de guerras fratricidas y de miles de asesinatos, incluidos decenas de religiosos, como monseñor Carlos Arnulfo Romero y varias monjas jesuitas, aún impunes.
Con esta política no solo alienta a la derecha, sino que conspira contra la política oficial que trata de dar oportunidades y evitar que los jóvenes desamparados sean caldo de cultivo ideal para el crimen organizado que les encarga tanto de manera directa como indirecta, realizar acciones delictivas de todo tipo, desde pequeñas actividades a nivel de barrios o vecindarios, hasta acciones tipo comando de asaltos o crimen por encargo, ligado a actividades de drogas, su comercialización y las disputas de mercado entre bandas rivales.
En un anterior comentario sobre El Salvador, señalamos que en este problema que encara Sánchez Cerén,ha logrado cierto apoyo para el logro de 250 000 empleos e incrementar la presencia del Estado en los 50 municipios más violentos, con servicios de prevención, atención a las familias, asistencia a las víctimas y ampliación de espacios públicos.
Por supuesto, que la política de la Embajadora conspira contra ello, y no es exagerado decirlo, si se recuerda todas las vicisitudes que Estados Unidos ha causado al pueblo salvadoreño, lo cual ha hecho en numerosos países latinoamericanos.
Estados Unidos no perdona la derrota de ARENA en comicios presidenciales, a manos del FMLN, que también triunfó en el campo de batalla, pese a la genocida política de tierra arrasada, con el asesinato de toda la población de numerosos poblados
Si ahora la embajadora Manes toma un perfil alto, no es comparable todavía a los diplomáticos de “bajo perfil” que Estados Unidos empleó en El Salvador para perseguirles objetivos fundamentales en décadas pasadas.
El primero, el de mayor importancia, fue impedir una victoria militar del FMLN. A tal efecto, el gobierno de Reagan incrementó los niveles de ayuda militar de manera sustancial.
El segundo objetivo consistió en evitar el derrumbe de la economía salvadoreña, muy afectada por las acciones de sabotaje de la guerrilla, la desarticulación de los circuitos comerciales internos y los desplazamientos de población a causa de las operaciones militares.
Y el tercero, que tendría un impacto tanto dentro como fuera de El Salvador, transformar el sistema político salvadoreño: de un autoritarismo militar surgido en la década de 1930 a una democracia liberal al estilo de Estados Unidos y los países de Europa occidental.
Por lo anterior, el cambio de la fisonomía política, económica, cultural y social de El Salvador en las últimas décadas tiene mucho que ver con la relación que el país ha desarrollado con Estados Unidos. Vista desde un largo plazo, este vínculo es sorprendente, porque de todos los países centroamericanos, El Salvador es el que menos se había vinculado con la nación norteamericana y, hasta la década de 1980, el único que no había sido objeto de una intervención política directa norteamericana o del desembarco de su infantería de marina.
Esta situación excepcional puede explicarse por la ausencia de grandes inversiones de capitales estadounidenses, por una ubicación geográfica limitada a un solo litoral marítimo y por la ausencia de mayores trastornos sociales y políticos internos (exceptuando, por supuesto, los acontecimientos de 1932). Por lo demás, El Salvador estuvo bajo la mira y la protección de Washington como cualquier otro país centroamericano.
Es dentro del entorno de Guerra Fría combinado con el Síndrome de Vietnam, que ocurrió la guerra civil en El Salvador, en la década de 1980.
Allí, Estados Unidos puso todo su apoyo a la derecha, que impuso una constitución y leyes que prohibían organizaciones con ideas izquierdistas, y fue mantenida y aupada militarmente en un conflicto que tuvo su epílogo en 1992, con la firma de un acuerdo de paz, numerosas veces vulnerado.
Pero ello significó el inicio de una nueva era, la posibilidad de que el pueblo pudiera llegar al poder, y ello sucedió con los recientes triunfos del FMLN sobre ARENA, con el gobierno de Mauricio Funes, primero, y de Salvador Sánchez Cerén, después, a quien EE.UU., trata de derrocar por la conocida “línea suave”, que no excluye la violencia, sino la disfraza de diversos modos.
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