Turquía: Algo más que atentados terroristas
30 de junio de 2016
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Cuando el aeropuerto internacional de Estambul, Turquía, fue escenario en estos días de un bárbaro ataque de suicidas que se hicieron estallar las bombas adheridas a sus cuerpos, se ponía de manifiesto, una vez más, que la lucha contra el flagelo del terrorismo tiene que ser objetivo y tarea de todos, sin dobles raseros ni pactos con el diablo.
Y cuando me refiero a pacto con el diablo lo hago específicamente por la existencia en territorio turco de armas nucleares norteamericanas, a pesar de que esa nación sea contraria a la presencia de ese tipo de armamento y abogue públicamente por su abolición.
Turquía es también miembro de la OTAN y desde hace décadas Ankara permite el despliegue de esas armas mortíferas de procedencia norteamericana.
Pero es que Turquía es importante para los intereses de Estados Unidos, en la pretensión geopolítica de Washington de tener aliados seguros en la región del Oriente Medio y cercana geográficamente a Rusia.
Se trata de un gran país, con más de 70 millones de habitantes, con una ubicación muy especial, forma parte de Europa y de Asia y tiene una superficie de 783 356 kilómetros cuadrados. La mayoría de la población es musulmán suní (78%) y los alevíes (20%).
Otro aspecto donde las autoridades de Ankara muestran un doble rasero es el de su posición respecto a la vecina Siria, país con el que comparte una larga y porosa frontera de más de 800 kilómetros.
Es más que evidente que las autoridades turcas apoyan a los grupos –terroristas en la mayoría de los casos– que quieren acabar con el gobierno sirio del presidente Bashar al Assad.
Es cierto y se han mostrado imágenes que presentan a mercenarios terroristas contratados por el denominado Estado Islámico cruzando por la frontera turca con Siria, los cuales realizan un verdadero genocidio contra las poblaciones sirias e iraquíes.
También ha quedado demostrado el cruce de cientos de camiones llenos de combustible robado por el Estado Islámico en territorio sirio y que es vendido en el exterior, a través de Turquía, para el sustento de los grupos terroristas, tanto en la compra de sofisticadas armas como en el avituallamiento de los mismos.
En esas circunstancias, queda muy cuestionada internacionalmente la posición de las autoridades de Ankara, que supuestamente combaten al terrorismo, pero a su vez permiten el uso de su territorio a quienes llevan una guerra feroz contra la vecina Siria, y reciben toda la facilidad del mundo en el ir y venir desde y hacia el Estado vecino.
En este adverso contexto, la Unión Europea ha entregado cuantiosas sumas de dinero a Ankara para que reciba a algo más de 2 millones de emigrados sirios que huyen de la guerra auspiciada desde el exterior.
También forma parte de este abanico de contradicciones, la posición turca respecto a los habitantes kurdos que viven desde antaño en zonas del llamado Kurdistán, con asiento en cuatro países (Turquía, Irak, Irán y Siria).
Turquía, lejos de buscar una solución a los kurdos que viven en la zona, declaró, junto a Estados Unidos y algunos países europeos, al Partido Kurdo de los Trabajadores (PKK), como un grupo terrorista.
Una facción radical de estos grupos, el denominado Halcones de la Libertad del Kurdistán, ha reivindicado la autoría de varios ataques en instalaciones turcas, con el saldo de decenas de muertos y heridos.
En lo que parece ser una advertencia, los terroristas del denominado Estado Islámico han realizado en lo que va del año 2016 un total de 12 ataques mortales en territorio turco, dejando cientos de muertos y heridos.
Y digo advertencia, porque –en mi opinión–, el Estado Islámico lo que pretende es obligar con esas acciones letales, a que las autoridades turcas sigan permitiendo el uso de su territorio y su larga frontera con Siria, para que los terroristas continúen su guerra fratricida en ese y otros países del Oriente Medio.
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