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Traspasar el límite

26 de diciembre de 2017

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Rusia acaba de declarar que la decisión de Donald Trump de entregar armas letales más sofisticadas al régimen de Ucrania, bajo el falso pretexto de defender su soberanía ante las amenazas de las “hordas rusas”, traspasa el límite de las ofensas y el constante asedio a la más extensa nación del mundo.
Sn dudas, Rusia es el principal objetivo imperialista en la región, y el mandatario norteamericano ha ayudado a caldear aún más la situación con un país al que la propia inteligencia norteamericana considera posee el mayor arsenal nuclear del planeta, pero quer lleva a cabo actualmente una política de carácter defensivo.
El caos financiero en que se encuentra Ucrania se ha ido agravado luego de la caída del anterior régimen, cuyos reconocidos errores fueron aprovechados por la reacción externa e interna, la primera con la inyección de más de 5 000 millones de dólares para comprar voluntades, y la segunda con el acuerdo tácitoentre las fuerzas de derecha y fascistas.
La comprobada entrada de miles de millones de dólares a Ucrania, sin que se contabilicen; la ambición de Petro Poroshenko para que Occidente preconice un Plan Marshall para su país, y el incumplimiento de Kiev de los principios establecidos en Minsk para un acuerdo de paz, forman parte del entramado antirruso, agravado ahora por la entrega de armasmás poderosas a Kiev, que ha sido punta de lanza del complot imperialista compra la ex nación socialista.
Hace algún tiempo, el Fondo Monetario Internacional(FMI) entregó poco más de 40 000 millones de dólares para sufragar los gastos gubernamentales ucranianos, pero no fue suficiente para ell “democratizado” Kiev, con un multimillonario presidente que, reitero, alienta a que tal tipo de ayuda sea similar a la que Estados Unidos prestó a la devastada Europa del Oeste, luego de la Segunda Guerra Mundial.
Poroshenko ha tratado de limar la desconfianza occidental acerca de la corrupción en las filas gobernantes, incluso con la detención televisada, en vivo, de titulares sospechosos de ello, pero no ha querido responder a la revelación del nada enemigo centro de análisis estadounidense RAND acerca de que a Ucrania llegan regularmente de Europa millones de dólares y de euros de forma irregular.
Dado que Ucrania se encuentra en una situación económica extremadamente tensa, es poco probable que el país use el dinero en programas sociales, y sí para apuntalar figuras y comprar conciencias.
En este contexto, la directora gerente del (FMI), Christine Lagarde, destacó que la ampliación de la ayuda forma parte de un “amplio programa de reforma económica”, así como una serie de “valientes” medidas dirigidas a restablecer un crecimiento robusto a mediano plazo y a mejorar los estándares de calidad de vida de los ciudadanos ucranianos.
No obstante, aclaró que estos tienen que “sacrificarse”, aceptando una fuerte disciplina fiscal, un tipo de cambio flexible de la moneda y una subida de los precios del gas para los consumidores, la reestructuración del sector bancario, reformas en la gobernanza de las empresas públicas –es decir, privatizándolas- y cambios legales para luchar contra la corrupción entronizada en todos los niveles.
Como hace algún tiempo, se repite el papel de Alemania de aparente conciliador para que se llegue a la paz entre las repúblicas separatistas del este y el gobierno central, admitiendo las chapucerías de Poroshenko, pero todo es una pantalla para ocultar la vengativa colusión imperialista que unen a Alemania y Estados Unidos contra Rusia.
Ello se remonta a la agresiva política de Alemania hacia Ucrania en la Primera Guerra Mundial, coincidiendo con el renacimiento del militarismo alemán.
En la más reciente Conferencia de Seguridad de Munich, altos funcionarios alemanes dijeron que había llegado el momento de abandonar las restricciones al uso de la fuerza militar que Berlín tuvo que aceptar en la posguerra.
Así, se juega con la estrategia que el imperialismo norteamericano ha seguido para debilitar y aislar a Rusia desde la disolución de la Unión Soviética en 1991.
A partir de la guerra de agresión que pulverizó a Yugoslavia en la década de 1990, Washington ha alentado y apoyado las llamadas revoluciones naranja y de todos los colores (menos el rojo) en las ex repúblicas soviéticas. EE.UU. invadió Afganistán para establecer una base de operaciones en Asia Central y buscó, a través de sanciones y amenazas militares, llevar a cabo el cambio de régimen en Irán y Siria, los aliados más cercanos a Rusia en el Medio Oriente.
La capacidad del imperialismo para intervenir agresivamente es el resultado directo de la desaparición de la URSS, la restauración del capitalismo y la apertura de las antiguas repúblicas soviéticas al saqueo de las empresas transnacionales globales.
Ahora, hace que sus aliados de la Unión Europea mantengan sanciones económicas contra Moscú, al acusar a Rusia de incumplir los acuerdos de Minsk, realmente violados por Occidente y su títere ucraniano.
En cuanto a la adhesión de Crimea a Rusia hace un año, esta contó con el apoyo del 95% de la población, un hecho incluso aceptado por encuestadoras alemanas que, en inusuales actos objetivos, comprobaron la felicidad de los pobladores al respecto, así como la determinación de la mayoritaria población de origen ruso en el este de ucraniano de mantener su independencia, principalmente por la golpista asunción en Kiev de un régimen abiertamente fascista y proimperialista.

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