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Tiene de todo, menos al pueblo

23 de marzo de 2017

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Algún comentarista de izquierda ha llegado a calificar a Michel Temer como el apóstol del neoliberalismo en Brasil, pero eso sería darle mucho mérito a lo que considero un simple peón, manejado por talentos que no son probos, porque no están al servicio del bien.

De ahí que se mantenga inconmovible, pese a escándalo tras escándalo, comprobadas falsedades, mentiras, etcétera, todo ello manejado por una prensa controlada mayoritariamente por quienes gobiernan realmente al gigante suramericano, tras defenestrar a la legítima presidenta, Dilma Rousseff.

Escándalos como el ahora descubierto de las carnes putrefactas maquilladas y vendidas por grandes empresas del ramo, el latente Petrobras y el también vigente Odebrecht, entre otros, bastarían para hacerlo tambalear, pero no, porque es el hombre predestinado para llevar a cabo la redención neoliberal conocida como privatización.

Así, convenció al establishment estadounidense para que lo apoyara en tal empeño, luego de haber dado a conocer que ya tenía puesta la mira en la privatización de 34 grandes empresas estatales, y ha ido cumpliendo la sucia tarea de desprestigiarlas, para ir luego llegando con el salvavidas de la venta a precios ridículos a particulares, sean nacionales o foráneos, o ambos a la vez.

Con la mayor base parlamentaria con que ha contado gobierno alguno en Brasil, Temer ha avanzado en todas las direcciones para contener el gasto público y adoptar medidas de estímulo al capital privado para reactivar la economía.

Para lo primero el gobierno logró la aprobación de un techo del gasto público que limita durante los próximos 20 años su aumento al monto de la inflación del año anterior. Los ya precarios servicios de salud, educación e infraestructura sufrirán aún más las consecuencias de esta medida.

La nueva presidenta del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), la economista Maria Silvia Marques, del conservador Partido Demócrata, afirmó, en entrevista reciente, que quiere “invertir en capital humano”. Reconocida por su papel en anteriores procesos de privatización, Marques afirmo que la idea es financiar infraestructura, gestión y conectividad de la enseñanza media.

Pero se trata de apoyo a inversiones privadas. Nuestro gran mandato hoy, dijo Marques, “es la infraestructura”. En el pasado, agregó, cuando el banco promovía una privatización, cuando esta se llevaba a cabo se terminaba el proceso. Ahora se trata de concesiones de 15 a 30 años –recordó– “son actividades del sector público cedidas al sector privado” a las que el banco pretende dar seguimiento.

Este proceso, sin embargo, podría tomar tiempo. Como recordó el presidente de la Asociación Brasileña de Entidades de los Mercados Financieros y de Capitales (Anbima), Robert van Dijk, en conferencia de prensa el 9 de febrero pasado, los desembolsos de los recursos del BNDES cayeron un 35% desde que al actual gobierno golpista asumió el poder, llegando a su menor nivel desde 2007. El proceso de sustitución de los recursos del BNDES por el mercado “será largo”, aseguró, pese a los incentivos para promover inversiones privadas en infraestructura.

Entre esos incentivos está una reforma tributaria, que el gobierno presentará al Congreso una vez se aprueben reformas al seguro social y a las leyes laboristas. El propio ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, reconoció que el debate sobre la reforma del seguro social será “muy intenso”. Según el ministro, la sociedad necesita entender la importancia de esa reforma, señalando que es más importante para el trabajador asegurar su pensión en el futuro, aunque la reciba tres o cinco años más tarde de lo que esperaba.

Para Meirelles es también importante una menor participación del Estado en la economía. “En la medida en que controlamos el gasto público, habrá mayor disponibilidad de recursos para el sector privado”, afirmó.

He ahí, sin utilizar palabras despectivas, tal como los enemigos del pueblo lo dan a conocer, el plan de entrega de la economía del país al sector privado, lo cual, sin dudas es todo un suicidio en época de crisis económica internacional, lo que demanda una organización popular largamente añorada y nunca cumplida, por la falta de unidad de las fuerzas progresistas.

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