Tan o quizás más dañina que la militar
3 de mayo de 2016
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El no tener el control para el uso racional de los medios de información ha causado enorme daño a los procesos progresistas que tienen lugar en el mundo, y especialmente en estos momentos en América Latina.
Ello ha tenido un enorme peso en los problemas creados por el Imperio en Venezuela, Argentina y Brasil, que han coadyuvado al control por la reacción de la Asamblea Nacional venezolana, la elección electoral de un presidente netamente neoliberal argentino y el complot legislativo para iniciar un juicio político que llevaría a la destitución de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff.
A lo anterior se suman los obstáculos a gobiernos netamente populares como el de Evo Morales en Bolivia, a quien le han impedido la reelección, y a Rafael Correa en Ecuador, quien se ha visto obligado a autorizar la venta de dos entes estatales, con el fin de aliviar la situación humanitaria de miles de víctimas del reciente terremoto.
Hace poco menos de diez años, el corresponsal de guerra Roberto Montoya señalaba en La Habana que lo que denominaba guerra mediática era la pieza esencial de la política imperialista.
Empero, se podría decir que es tan cruel como la militar, porque condiciona a la mente a la aceptación de espantosos crímenes de guerra y demás violaciones de los derechos humanos, parafraseando aquella grotesca afirmación de que “tanta culpa tiene el que mata la vaca, como el que le aguanta la pata”.
Por supuesto, siempre se alegará lo del que “no se sabía”, o “me engañaron”, pero la continuada repetición debía servir de ejemplo, a no ser que se hayan creado condiciones para “dejar pasar las cosas”.
Me decía un familiar –ex profesional, ex combatiente y ex revolucionario– en una de sus visitas a Cuba, a la que había abandonado, que Estados Unidos “era el mejor lugar para vivir”, repitiéndome conocidos eslóganes acerca del “American Way of Life” y la democracia burguesa, pero, al mismo tiempo –y no miento– se contradecía, cuando se refería a los diversos problemas para mejorar su salud, el no poder pagar ni los gastos de un seguro médico y el continuado sobresalto por el temor de ser asaltado en cualquier momento.
Sobre él había actuado eso que llaman guerra de expresión, que, realmente, no es nada nuevo, porque las naciones que tratan de expansionarse a costa de las más débiles, utilizan los medios de comunicación para camuflar ante la opinión pública el interés real perseguido con esas contiendas.
Lamentablemente –palabra a la que se socorre incontables veces– gran parte de la opinión pública mundial, incluyendo la del mundo desarrollado (a la que se cree bien informada), es a diario víctima de esa guerra mediática sin saberlo. Sus valores, sus opiniones, en muchos casos son alterados como consecuencia de esa versión manipulada y deformada que recibe y sobre la cual a menudo no cuenta con una información veraz.
Y es que los medios alternativos no tienen suficientes recursos y soportan todo tipo de hostilidad para poder hacer llegar su versión al gran público.
El periodista belga Michell Collon, quien tiene dos libros publicados sobre el tema, “Attention medias” y “Postcriptum”, dice algo que parece muy simple, muy conocido, pero que en realidad es clave: “Si a la gente, a la opinión pública en general, aquellos que van a lanzar una guerra, le dijeran la verdad, los verdaderos objetivos que se persiguen y la cantidad de muertos y destrucción que se va a provocar, una gran parte no los apoyaría”.
Así, siempre, en primera línea en esta vertiente de la mentira, se encuentra Estados Unidos en la venta de sus guerras imperiales.
La política exterior de Estados Unidos es sujeto de informaciones constantes en los medios de comunicación de masas de la mayor parte del mundo. Como nunca antes en la historia de ese país, lo que decida hacer a nivel internacional la Administración de turno, tanto en el plano político propiamente dicho, como en el terreno militar, en el campo económico, comercial y financiero, en el área medioambiental o científica, o en la cultural, tendrá inevitablemente consecuencias en todo el mundo. Esto es mucho más notorio, indudablemente, desde el fin de la Guerra Fría.
Como demuestra toda la historia de ese país, no difiere decisivamente el hecho de que el inquilino de la Casa Blanca sea un demócrata o un republicano. Desde el propio nacimiento de EE.UU. como república, unos y otros han llevado a cabo guerras de rapiña y agresión en todo el mundo, en aras, en definitiva, de un interés común, el del propio Estados Unidos y sus multinacionales.
Cierto, ello viene sucediendo desde hace siglos, pero lo encontramos crudamente en este siglo XXI, y los sucesos que acaecen y protagonizan el acoso a los gobiernos progresistas latinoamericanos así lo demuestra.
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