Talento para asesinar
19 de febrero de 2017
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No siempre, aunque se tenga conocimiento, se puede hacer el bien, así como, recordaba nuestro Apóstol,“el talento no es un mérito cuando no sirve a la nobleza de intenciones”.
El ahora ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, al llegar al poder, afirmó que cesaría el espionaje colectivo, que se respetaría la privacidad. Al terminar su mandato, se demostró que no solo todos los norteamericanos estaban siendo vigilados en su país, sino que cada uno de los ciudadanos del globo lo era o estaba en vías de serlo.
Para ello se requería de una gran tecnología, hecha por hombres talentosos, que llegaron a dedicase al asesinato masivo o individual, sin estar presente en situ, sin aparentemente cargo de conciencia.
Bastó que uno solo, Erich Snowden, actuara honestamente, para tratar de crucificarlo, convirtiéndolo en un ser sin patria y protegido fuera de su país, sin proponérselo.
El Imperio hace lo que quiere en la cuestión de eliminar contrarios, aunque para ello tenga que sacrificar a seres que no le pueden hacer daño.
Un día, un drone, manejado por especialistas norteamericanos, a miles de kilómetros de distancia, mata a un niño afgano de dos años, en la puerta de su casa, y 24 horas después, terminada la ceremonia antes de su entierro, lo hace con sus padres, sin que nada tuvieran que ver con la resistencia, solo a modo de prueba.
Lo mismo ha ocurrido en Iraq, Yemen y otros tantos lugares víctimas de guerras interminables, que no terminan cuando cesa la ocupación.
Como aquel viaje que contaba Julio Verne en La vuelta al mundo en 80 días, todo el mal que realiza el imperialismo lo tiene previsto.
Así, molesto por la casi total expulsión del Estado Islámico de Siria, sin poder derrocar al gobierno de Bashar al Assad, incumple su palabra de combatir a los grupos terroristas, y les prosigue ayudando en el asesinato de la población civil, con gran cantidad de medios modernos posibles, para entorpecer el accionar del Ejército sirio y la ayuda solidaria de Rusia, Irán y los patriotas libaneses.
Este exterminio de la población árabe tiene, por supuesto, el beneplácito de Estados Unidos, muy apegado a las finanzas sauditas y que tiene a Israel como su principal aliado en la región, al que no le importa las acusaciones sobre los niños palestinos que mueren en sus cárceles.
Toda una Doctrina del Odio que tiene reminiscencias de hace siglos, pero que considero fue reanimada al final de la Segunda Guerra Mundial, sobretodo con la población de las naciones vencidas, las cuales también fueron victimarias en su momento.
En un ejemplo recurrente, pero considero necesario exponer, la ya fallecida amiga alemana Rosita, quien fuera traductora de Granma Internacional, tenía 6 años, cuando la mayor parte de su familia, toda antifascista, pereció paradójicamente por los bombardeos de la aviación aliada, cuando el régimen nazi de Adolfo Hitler estaba vencido.
“Fueron los aviones ingleses los principales causantes de la destrucción y, por una casualidad, pudimos escapar mi madre y una hermanita de un año”, recuerda. Rosemarie Echevarría (apellido de su esposo cubano), nacida en 1939, año del inicio de la Segunda Guerra Mundial, fue sobreviviente de lo que fue reconocido en ese momento como la mayor masacre de la historia.
¿A qué se debió que las cifras de bombas arrojadas por Gran Bretaña y Estados Unidos se disparasen cuando Alemania apenas podía defenderse y el desenlace de la guerra no ofrecía la más mínima duda? La respuesta que se obtiene es inequívoca: ambos profesaron lo que el investigador Fernando Paz denominó “Doctrina del Odio”. Tanto los británicos y los norteamericanos se nutrieron de multitud de prejuicios, que argumentaban falsamente la aniquilación de poblaciones enteras sin necesidad de ulteriores justificaciones.
Luego, ocurrieron los ya premeditados bombardeos atómicos contra ciudades japonesas, todo previsto, elaborado y realizado por hombres de talento.
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