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Sorpresa en Filipinas

13 de septiembre de 2016

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Tamaña sorpresa deben haberse llevado el Departamento de Estado y la CIA del gobierno imperialista de estados Unidos cuando se enteraron de la violenta reacción por parte del recién posesionado presidente filipino Rodrigo Duterte ante las críticas que le formulara el presidente Barack Obama por las que consideró como “violaciones de los derechos humanos” de parte de las autoridades de Manila, que el nuevo mandatario recién encabeza.

 

Como se conoce, una de las características más señaladas y frecuentes de los regímenes establecidos en la Casa Blanca –sean demócratas o republicanos–, es la vocación imperial de entrometerse y pretender influir de acuerdo a sus intereses en los asuntos internos de cualquier otro país del planeta, incluyendo los que puedan considerarse sus aliados circunstanciales o más o menos permanentes.

 

Cumpliendo invariablemente con el conocido y comprobado precepto de que “Estados Unidos no tiene amigos, sino sólo intereses”, Washington se dedica a la elaboración de las llamadas “listas negras” sobre los más diversos temas, entre los que sobresalen y abundan los relacionados con los derechos humanos pero también el tráfico de drogas, el tráfico de personas y otras cuestiones sensibles tratando de ser aprovechadas por el gobierno de la nación imperial, que no es precisamente ejemplo a exhibir en ninguno de esos aspectos.

 

Al parecer, estos razonamientos tan claros motivaron en buena medida la airada repuesta del presidente filipino, quien entendió como injerencistas, falsas e injustas las apreciaciones (y casi acusaciones) emitidas por Obama quien, a su vez, ordenó suspender un encuentro bilateral con Duterte previsto a efectuarse en la capital de Laos, durante la Cumbre de la ASEAN.

 

La afirmación difundida en boca del presidente filipino de que su país “ya no era una colonia de Estados Unidos” no tiene precedente s en la historia repleta de gobernantes dóciles y afectos incondicionalmente a Washington desde su acceso a la independencia en 1946, cuando cesó la ocupación estadounidense.

 

Recordemos que Filipinas fue una de las tres posesiones que le quedaban al decadente colonialismo español –junto a Cuba y Puerto Rico–, y le fueron arrebatadas por el entonces naciente y pujante imperio yanqui en la guerra de 1898. Con posterioridad, Filipinas fue nuevamente víctima de la ocupación extranjera por parte del militarismo japonés a mediados del pasado siglo.

 

No es de extrañar, por tanto, que el pueblo filipino sea particularmente celoso en los temas relacionados con la injerencia extranjera, que pongan en duda o agredan principios relacionados con la autodeterminación y la independencia nacional.

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