Sin solución
23 de noviembre de 2015
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Pese al anuncio de la disminución del desempleo a 5% y cierta mejoría en la situación económica, ello no se ha traducido en el bienestar a para la mayoría de la población, a menos de un año de los comicios presidenciales en Estados Unidos.
El aumento de la desigualdad va aparejado al del racismo, lo cual se traduce en un nuevo brote de manifestaciones de protestas no solo en las calles, sino también en centros educativos de altos estudios.
Las manifestaciones ocurridas en diferentes ciudades en los últimos tiempos dan muestra de una realidad sostenida que venía siendo tapada desde hace años, que es la profunda desigualdad y odio racial que existe en Estados Unidos
A pesar del entusiasmo que en algunos sectores despertó la llegada de Barack Obama al gobierno, siendo el primer presidente negro de la historia norteamericana, ello fue utilizado como una herramienta ideal para la relegitimación del propio sistema y sus instituciones.
Ocurría luego del desastre generado por la administración de Bush, y de las múltiples invasiones que desató en el Medio Oriente con la “lucha contra el terrorismo”, en la que perecieron miles de jóvenes provenientes de familias de la clase trabajadora norteamericanas.
Y es que todo es parte de esa política que le dice al pueblo que tiene que elegir entre dos partidos que se alternan repartiéndose cargos y bancas en el Congreso, pero que nada tienen de diferente y que trabajan mutuamente.
Ese sistema que empezó a dejar ver la terrible desigualdad que genera, que salió a la luz con más claridad a partir de la crisis económica del 2008 con el estallido de la burbuja inmobiliaria.
En las universidades
Las protestas que estallaron en Ferguson en el 2014 tras la muerte de Michael Brown, han llegado a los campus universitarios.
En uno de los espacios donde nació la lucha por los derechos civiles de las minorías en los años 60, la conversación sobre racismo y desigualdad ha vuelto a estallar, pero con nuevas reglas. Los manifestantes se organizan en las redes sociales, se apoyan en el poder de cámaras de vídeo omnipresentes y prescinden de los medios de comunicación para difundir sus mensajes. Sus demandas han tomado por sorpresa a un sector de la sociedad, incluidas las instituciones universitarias, que habían asegurado que la discriminación había sido superada.
“Los incidentes más graves ocurridos resultarán familiares para cualquiera que trabaje o haya tenido algún contacto con una institución de educación superior”, escribía esta semana Jelani Cobb, una de las voces de referencia en el debate que divide a Estados Unidos desde hace más de un año.
En un extremo de la conversación hay quienes acusan a los manifestantes de Missouri de violar el derecho a la información por excluir a los medios de sus protestas. En el otro, la referencia a los esclavos denuncia la influencia de dos siglos de esclavitud en la desigualdad –social y económica– que sufren las minorías en Estados Unidos en la actualidad.
En el medio, existe un abanico de argumentos que abarca desde la supuesta irrelevancia de la libertad de prensa en un debate sobre la discriminación racial, hasta la incomprensión del silencio institucional ante actos racistas en sus instalaciones.
“Para entender la verdadera complejidad de la situación, los puristas de la libertad de expresión deberían aprender lo que significa vivir en un edificio que lleva el nombre de un señor que defendió los principios de la supremacía blanca y a los dueños de tus ancestros”, dice Cobb. Una de las residencias estudiantiles de Yale es ‘Calhoun’, en honor a un político sureño del siglo XIX que defendió la esclavitud
La periodista, una de las pocas firmas capaces de atar los cabos de esta agria conversación, celebra además que surja en un centro como Yale, porque “demuestra que ninguna cantidad de talento ni recursos pueden escudar completamente de sentimientos tan invasivos como los que hay en este país”.
Y es que luego de dos siglos de haber sido liberados los esclavos son cada vez mayores las desigualdades socioeconómicas entre blancos y negros.
Ello significa que el legado del racismo va más allá de los nombres de los edificios universitarios y se encuentra en la herencia de privilegios que todavía dan forma a los programas, el cuerpo estudiantil y el profesorado.
Lo anterior es consecuente en un sistema donde no se facililla una vacuna que puede ser efectiva contra el ébola, una enfermedad que acaba de resurgir en Liberia; y que da munición a Israel para que siga exterminando a la población de Gaza, para citar dos entre muchos otros criminales ejemplos.
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