Se calienta el ártico
10 de mayo de 2019
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La desaforada Administración Trump acaba de abrir un nuevo espacio de confrontación –sumado a los muchos que ya tiene– esta vez de manera sorprendente en el lejano y poco explorado Océano Ártico, precisamente donde sus fronteras en el extremo norte del planeta se acercan casi hasta juntarse con las fronteras de Rusia, con solo el Estrecho de Bering de por medio.
Desde los tiempos de la Unión Soviética fue, por tanto, una región que, si bien no muy mencionada públicamente, atrajo la atención de ambas potencias que allí se miraban frente a frente y esa condición siempre le otorgó importancia, sobre todo en lo militar.
Así mismo, no es descartable hoy su importancia económica, tanto para Estados Unidos como para Rusia y para los otros seis países ribereños con costas en el Ártico: Canadá, Suecia, Noruega, Finlandia, Islandia y Dinamarca. Como puede observarse, la mayoría son aliados o socios de Estados Unidos, algunos con pertenencia en la OTAN y otros en la Unión Europea o simultáneamente en esas dos alianzas.
Como vemos, fueron muchas las razones que movieron a esos países a crear, en 1996, el Consejo del Ártico son el propósito de regular y coordinar las múltiples actividades de todo tipo que se desprenden del uso común de ese inmenso espacio de mar, donde imperan condiciones climatológicas particularmente difíciles, con extensas zonas heladas y hasta ahora de muy difícil acceso.
Resulta, sin embargo, que en los últimos tiempos de cambio climático y calentamiento sin precedentes muchas de esas zonas han ido derritiéndose, facilitando su acceso e incrementando la navegación y los intercambios, creciendo así la importancia económica del Ártico para los países que los rodean.
Esa realidad fue examinada por los altos representantes que concurrieron a esta reciente reunión del Consejo del Ártico, efectuada en Helsinky, Finlandia, donde por vez primera no pudo suscribirse una declaración final por la oposición del Secretario de Estado yanqui, Mike Pompeo, a aceptar que se atribuyeran al cambio climático las razones de los cambios operados en ese océano y su entorno geográfico.
La obcecación e ignorancia de la diplomacia yanqui actual llega a extremos peligrosos y a la vez ridículos, como quedó demostrado una vez más en el Consejo del Ártico, que se vio obligado a emitir una simple nota informativa como constancia de sus sesiones.
Siguen vigentes, al menos para el gobierno imperialista de Estados Unidos, las reiteradas referencias de Donald Trump durante su campaña electoral considerando al cambio climático como inexistente y atribuyéndolo a “un invento de los chinos”.
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