Riesgos de una precaria paz
28 de diciembre de 2016
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La noticia no podía ser más pesimista: el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien ganó el Premio Nobel de la Paz por haberla firmado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (entidad a la que nada dieron), acaba de firmar un acuerdo de colusión con la Organización del Tratado del Atlántico Norte, gestionado desde el gobierno anterior de Álvaro Uribe, promotor de mucho de lo malo que ha existido en ese país sudamericano en los últimos años.
Recordemos que fue el propio Uribe quien allanó el camino para que Estados Unidos estableciera siete bases militares en el país y la garantía de que los soldados y oficiales norteamericanos nunca serían juzgados por tribunales colombianos en caso de delinquir.
Todo lo anterior fue avalado o por lo menos contó con la aquiescencia de Santos, quien fue Ministro de Defensa de Uribe, independientemente de que trascendiera algunas discrepancias entre ambos personajes, las cuales, afirman, subsisten, y ponen como prueba que ni el Papa pudo lograr la reconciliación cuando los llamó al Vaticano.
Sería una lástima que Santos, quien no cuenta con buena salud, hiciera retroceder un proceso que puso en el papel fin a más de 50 año de guerra civil, pero es posible que haya equivocadamente accedido a las presiones de Uribe, a fin de lograr el visto bueno de latifundistas y la admisión de grupos paramilitares aún en activo.
Precisamente, todo coincide con los obstáculos que militares han interpuesto a los guerrilleros en las zonas a las que se han desplazado, con falta de la más elemental logística, todo precedido por una “equivocación” en la que fueron muertos dos integrantes de las FARC-EP.
Se estima que los combatientes se integren a la vida civil y formen algún que otro partido político, cuando el gobierno ha podido dar plenas garantías y evitar los sucesivos asesinatos de líderes campesinos y obreros, que luchaban por el respeto a los derechos humanos de los colombianos, sobretodo a los más abandonados.
Aunque algunos se preguntan cómo pudo haber triunfado el NO en un plebiscito que debía comprender a toda Colombia, lo real es que apenas participó el 38% del posible electorado, influido por una engañosa propaganda admitida por elementos que eran afines a Uribe, y en el que tuvo un lugar destacado -como es común en la mayoría de los países latinoamericano- el control de la reacción de los principales medios informativos para tergiversar situaciones y, lo que es más grave aún, diversos puntos del acuerdo.
El ex presidente Álvaro Uribe, sindicado como amigo de jefes narcotraficantes y connotados latifundistas, fue acusado por los delitos de fraude al sufragante y concierto para delinquir, en su papel de cabeza visible de la estrategia promovida por el Centro Democrático a favor del NO en el plebiscito, por la presión y manipulación a los votantes.
A pesar de ser demostrado todo lo anterior, incluso por el legislativo, nada le pasó a Uribe, aunque sí se anuló el resultado del plebiscito y se aprobó el nuevo acuerdo de paz.
Pero los hechos subsiguientes, ofrecido al principio del comentario, demuestran que encontrar la paz es más difícil que empezar una guerra, y Colombia es un ejemplo de ello, que ha devenido en un pueblo ya cansado de tantos sufrimientos y que quiere y exige, como expresó el líder guerrillero Timoshenko, cambios profundos de las costumbres políticas.
Por ello, para evitar nuevas acciones del paramilitarismo que aún prohíja la reacción, el pueblo colombiano, sus fuerzas vivas, deben movilizarse para hacer cumplir el nuevo acuerdo de paz.
Hay mucho más decir, mucho más que hablar sobre el documento que debe ser puesto en práctica, y no es ocioso recoger las palabras del senador colombiano Iván Cepeda en declaraciones a Telesur: “El proceso será largo y estará cargado de dificultades”.
Y en este contexto se debía empezar la entrega de armas y el comienzo de la integración de los guerrilleros a la vida civil, pero aún no se dan las condiciones por el gobierno para la implementación de una paz sin riesgos, no precaria, sino verdadera.
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