Racismo visceral
31 de marzo de 2015
|La intensificación de los asesinatos racistas en Estados Unidos, principalmente a manos de quienes debían proteger la ley, confirma lo que ya se percibía al final del primer mandato presidencial y en la mitad del segundo de Barack Obama:
La desesperanza de quienes creían que con su elección se acabaría el sufrimiento provocado por el racismo y todos los ciudadanos norteamericanos podrían ejercer sus derechos en igualdad de condiciones.
No es nada nuevo decir que con el asesinato del joven negro Michael Brown a manos de la policía de Ferguson y la estela de otros semejantes que surgieron posteriormente a la luz, revelan que este flagelo no solo sigue siendo un problema en EE.UU., sino que se ha agravado.
Recuerdo que en un comentario similar en esta página afirmé que las manifestaciones antirracistas en Estados Unidos no eran más que la confirmación que el mal sigue enraizado en la “cultura” blanca norteamericana, y el hecho de que por primera vez un afronorteamericano haya sido electo dos veces presidente del país solo implicaba un cambio de imagen que el establishment dominante consideró necesario hacer, lo cual hace mérito a la burla de algunos politólogos de que “Obama es un blanco que tomó mucho sol”.
Pero, realmente, considero que hice una afirmación algo artificial, porque ese mal tiene condición visceral en la nación que se autotitula democrática, y que a principios del siglo pasado ya exhibía en el Zoológico del Bronx neoyorquino a Ota Benga un pigmeo capturado en 1904 en el Congo, para ser mostrado al público, junto a un orangután, en la Casa de los Monos.
Antecedentes anteriores vienen de la “cultivada” cultura europea, de mentalidad colonialista, pero es en Estados Unidos, por la situación actual, donde toma características especiales.
Muchos hemos tenido oportunidad de apreciar, personalmente o en filmes, el gran monumento en piedra que se alza en el Monte Rushmore. Allí, el escultor Gutzon Borglum, representó las efigies de seres considerados como patriotas: Thomas Jefferson, George Washington, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln.
Bueno, Lincoln es quizás el que se asemeje más a un ser honesto, y de los otros siempre hay un “pero”. Pero detengámonos en Thomas Jefferson.
Jefferson, bien conocido por sus palabras idealistas en la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, justificó la esclavitud con sus ideas racistas, incluso la de que los negros posiblemente no fuesen humanos del todo y tuviesen coito con los orangutanes, y que necesitaban la ayuda de los blancos, debido a que no eran capaces de dirigir sus propias vidas.
Como muchos que tenían esclavos, permitió e incluso ordenó la violencia para que no intentaran escapar, como en el caso de Jame Hubbard; e hizo que niños de 10 años trabajaran en su fábrica de puntillas, y les daba una comida similar a la de los cerdos como manera de paga.
Todos menos uno de los esclavos de Jefferson fue vendido después de su muerte para pagar sus deudas. Hay algunos historiadores que dicen que no podía liberar a sus esclavos, por sus deudas enormes. Sin embargo, se sabe que no tenía ninguna intención de hacerlo.
Aclaró en su autobiografía que las razas blancas y negras, igualmente libres, no pueden vivir en un mismo gobierno. Es decir, Jefferson hablaba por un país sin negros, libres o esclavos.
Tenía una relación con Sally Hemings, su esclava, y la mantuvo como su concubina. Le dio seis hijos, pero solo cuatro sobrevivieron.
Una de sus “hazañas” fue recomendar la expulsión de los aborígenes Cherokee y de las tribus Shawnee de sus tierras ancestrales. Para ello, violó un tratado firmado entre los Cherokee y el gobierno de Estados Unidos.
Todo lo anterior confirma que el racismo en EE.UU. se ha manifestado principalmente entre los blancos anglosajones y estadounidenses de nacimiento contra los afroamericanos, y más recientemente contra chinos, japoneses, latinoamericanos, judíos y musulmanes.
El caso del exterminio masivo de amerindios y la discriminación contra otros americanos de origen japonés, mexicano-estadounidenses, y otros grupos humanos tiende a “invisibilizarse”, cuando se entra al tema del racismo, porque la discusión sobre los grupos de origen africano predomina en la agenda.
Más aún, el tema de la inmigración ilegal esta profundamente ligado a la cuestión racial y nacional como se ha visto en la frontera con México. Esto ha llevado a insultos racistas como Wetback (Espaldas Mojadas) por cruzar el Río Grande al inmigrante ilegal y Anchor babies (Bebés Ancla) a sus hijos.
Y esto es solo una pequeñísima parte de lo que sucede en Estados Unidos, donde la cultura blanca exhibe una de las frases del “patriota” Jefferson inscrito en una lápida del Monumento que le erigieron en Washington: “He jurado ante el altar de Dios hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del hombre”.
Comentarios