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¿Pobreza? Nada natural

22 de enero de 2021

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La pandemia del nuevo coronavirus hizo que China pospusiera para este 2021 la meta de erradicar la pobreza, hecho que la nación que construye el socialismo con sus propias especificidades lo ha estado haciendo consecuentemente desde hace décadas, con un método cambiante y ahora muy mejorado.

China ha estado enviando de tres a cinco funcionarios públicos a cada una de las 115 000 localidades que presentaban pobreza, para examinar sobre el terreno la situación de cada una de las familias, comprobando la transparencia al respecto con los bancos y reuniones con el resto de la población a la que se les pide la opinión acerca de las personas que serían beneficiadas.

Tal procedimiento ha estado surtiendo efecto, y así se destinan efectivamente los recursos del Estado a cada familia necesitada, ayudándola a mejorar su calidad de vida.

Pero esto no es lo que ocurre en gran parte del mundo, y es porque para el pensamiento conservador (o de derecha) la desigualdad y la pobreza son naturales, no históricas o sociales.

La expresión “Entre ustedes, pobres habrá siempre” es una frase paradigmática de ese pensamiento: se trata de un discurso del poder que construye una mirada negativa (descalificadora) de los pobres. Que los habrá, presupone que los hay y que los hubo. Así, la pobreza se “naturaliza” y adquiere una temporalidad eterna.

Simultáneamente, esa “naturalización” tiende a hacer de la pobreza una fatalidad, algo aceptable y con la cual se convive.

Según el reciente informe sobre los multimillonarios que conforman las 200 personas más ricas del planeta, publicado por la revista norteamericana Fortune, los diez primeros nombres de la lista tienen, en conjunto, una riqueza total igual al ingreso anual de los 40 países más pobres.

Como en la sociedad capitalista la desigualdad es parte de su estructura, está claro que sólo voluntad, decisión y acción políticas pueden modificar tamaña injusticia.

En las últimas décadas, los pobres y la desigualdad económica y social no han dejado de aumentar en el mundo, incluso, y de modo muy marcado, en países desarrollados como Estados Unidos y Gran Bretaña, donde se ha retrocedido a niveles de los duros años de la década del ’30.

No hay, en contrapartida, ninguna acción concreta que muestre a los ricos genuinamente interesados en paliar –ya no corregir ni mucho menos eliminar– la pobreza. Su absoluto desinterés por la vida de millones de hombres, mujeres, niños y ancianos que malviven en y por la pobreza es, en verdad, desprecio y egoísmo sin parangón.

Los ricos de hoy son más ricos de lo que jamás fueron con anterioridad y, en contrapartida, y en relación a los que nada tienen, son más miserables y egoístas que todos sus antecesores.

Más aún, como bien ha advertido el investigador Christopher Lasch, el problema se agrava no sólo porque los ricos tienen demasiado dinero, “sino que éste los aísla de la vida corriente mucho más de lo que solía”.

La aparición de los barrios privados es un claro ejemplo que ratifica, en nueva clave, una vieja proposición sociológica –desarrollada en su momento por el especialista Maurice Halbwachs–, según la cual las clases sociales tienden a separarse espacialmente. Está claro que esta fragmentación socioespacial, hoy exacerbada, fractura el tejido social y puede poner a su dialéctica en una tensión sin mediaciones.

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