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Peor que el cambio climático

17 de agosto de 2015

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A pesar de sus enormes riquezas naturales, la mayor parte del continente africano sobrevive en una perenne hambruna, agravado porque el 90% de su población depende de una agricultura muy golpeada por el cambio climático, y el apoderamiento de extensas tierras cultivables por monopolios extranjeros que explotan el petróleo, piedras preciosas y diversos minerales como el coltán, tan necesarios para las sociedades de consumo.
Decenas de miles de africanos huyen en peligrosas travesías desde todas partes del continente hacia naciones que entronizaron el colonialismo y el neocolonialismo, responsables de agresiones militares imperialistas o que responden a esa tónica, el resurgimiento intensificado de un terrorismo que golpea en primer lugar a indefensos civiles, el saqueo intensificado por la globalización neoliberal y la venalidad de algunos regímenes.
Ya en la década del ’60 del siglo pasado, en pleno proceso descolonizador, África exportaba alimentos a razón de 1,3 millones de toneladas anuales. pero ahora tiene que importar alrededor de la cuarta parte, y las muertes por hambre son algo corriente.
Muchos son los factores de ello, el más reciente el de la agresión imperial que devastó a Libia, la nación africana con el mayor nivel de atención a su población y a las de otros países que viajaban allí en busca de un lugar mejor.
Pero hay algo aun más profundo, como la consabida y tan mentada deuda externa impagable, al estar sometida durante las últimas décadas a la política del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. El resultado de las políticas neoliberales de los llamados Programas de Ajuste Social ha sido el desempleo, la liquidación de los subsidios a la agricultura, la liquidación del gasto social, salarios de miseria, aplastamiento de los derechos laborales y pobreza generalizada.
La política del FMI y del Banco Mundial en África ha sido mucho más perjudicial que en América Latina. En Latinoamérica, estas instituciones se contentaban con vaciar de contenido al Estado y tutelaban los aspectos macroeconómicos de sus terribles ajustes sociales. En África han ido más lejos, llegando a gestionar los aspectos más concretos de su economía, con lo que la devastación de estos países ha sido total.
El Banco Mundial y el FMI gestionaron aspectos de la microeconomía con decisiones tales como la rapidez con la que los subsidios debían ser eliminados, cuantos funcionarios tenían que ser despedidos, o incluso, como en el caso de Malawi, qué parte de la reserva de cereales del país debería ser vendida y a quien. En otras palabras, los procónsules residentes del Banco Mundial y el FMI se metieron en las mismas entrañas de la implicación del Estado en la economía agrícola para hacerla pedazos.
Y aunque este es un tema recurrente, no se puede olvidar en modo alguno, porque mucho antes de que se mencionara en Argentina y el gobierno gaucho actuara soberanamente, los llamados fondos buitres compraron las deudas de los países pobres a bajo precio y luego se la exigieron a su valor inicial, con intereses desorbitados.
Su método consiste en comprar en el mercado secundario de la deuda, a precio de saldo, las deudas de países en desarrollo a espaldas de éstos, y a continuación obligarlos por la vía judicial a reembolsarlos a alto precio, es decir, el importe inicial de las deudas más los intereses, sanciones y diversos gastos judiciales.
Esos depredadores de las finanzas, establecidos mayoritariamente en los paraísos fiscales, cuentan con proseguir su funesta empresa, puesto que en la actualidad arrastran por los tribunales a una decena de países africanos en una cincuentena de procesos, sin que trascienda a los medios controlados mayoritariamente por el imperialismo.
A todo esto se puede agregar que desde hace más de 30 años el apoyo estatal se dirige en mayor medida a la agricultura para la exportación. Y cuando a las multinacionales les ha convenido, han hundido los precios de estos productos, consiguiendo buenos beneficios a costa de dañar aún más a la economía del país exportador.
Las prácticas comerciales de EE.UU. y de la Unión Europea han dado la puntilla a la agricultura africana: con la agricultura subsidiada por sus Estados, los países desarrollados introducen productos a bajo precio y sin competencia posible en los pobres, y así hunden la agricultura/ganadería local.
Antes del advenimiento del neoliberalismo en la década del 80, muchos gobiernos africanos, como el de Tanzania, asistían a los pequeños agricultores de sus países mediante diferentes subsidios, incluso a la investigación, el transporte y los servicios de procesamiento.
Tras la independencia de Zimbabwe en 1980, el gobierno, incluso, subsidió semillas, abono y equipos necesarios para los pequeños agricultores. Los países africanos aplicaban altos aranceles a la importación de alimentos básicos como maíz, arroz y otros granos para proteger a pequeños y medianos agricultores de la competencia desleal y de los precios más bajos de los productos extranjeros.
Numerosos estados también desempeñaron un papel activo en ese periodo ayudando de los agricultores a formar cooperativas. Como consecuencia, los pequeños y medianos agricultores abastecían a gran parte de la población africana entre 1950 y 1980. De hecho, hasta finales de los 70, ese continente fue un neto exportador de alimentos.
En los años 91/92 el hambre golpeó Kenia, el país más exitoso del este de África en lo que respecta a producción de trigo. Pero, claro, poco antes a su gobierno lo habían puesto en la lista negra por no querer someterse a las condiciones del Fondo. Y es que la desregulación y apertura a las importaciones de granos era una condición puesta para renovar y reprogramar la deuda externa con sus acreedores del Club de París.
Así se pierde la seguridad alimentaria, primordialmente en África, donde, como se puede apreciar, ocurre algo peor que el cambio climático.

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