Paramilitarismo, su necesaria extirpación
14 de febrero de 2017
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No es el único lugar en el mundo donde hay paramilitares, pero Colombia es hoy por hoy el punto de atención sobre ese fenómeno que es el principal obstáculo para la implementación de un acuerdo de paz que pudiera poner fin a una guerra civil de más de 50 años.
Pienso que se ha sido algo descuidado o por lo menos ingenuo, al creer que apurando el traslado de los más de 6 000 guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-.EP) se corroboraría la seriedad y buenas intenciones de los insurgentes.
Pero el gobierno no creó todas las condiciones humanitarias en los veredales o puntos de convergencia de los guerrilleros, y se mantuvo hasta hace unas pocas horas con los brazos cruzados ante la masiva presencia de paramilitares en el Catatumbo, donde empezaron a ocupar los espacios dejados por las FARC-EP, asesinaron a varias decenas de pobladores e hicieron huir a centenares de ellos al vecino territorio venezolano.
Puede ser que el presidente Juan Manuel Santos esté imbuido de real espíritu de concordia, de ahí que se le otorgara el Premio Nobel de Paz del pasado año, una distinción que a veces se hace precipitadamente o responde a intereses nada pacíficos.
Pero integrantes del gobierno, como su vicepresidente, algunos ministros y miembros de la elite militar son sospechosos de no compartir igual criterio.
No por gusto siete bases militares norteamericanas se encuentran en Colombia, a la que hace poco se le “dio el honor” de ser un punto convergente o de amistad o socio latinoamericano del agresivo bloque de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, controlado por Estados Unidos.
De tales palos, tales astillas
Si se asegura que el ex presidente Álvaro Uribe fue el inspirador del vigente grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el imperialismo norteamericano fue el creador del paramilitarismo en general y de Colombia en particular.
Varios documentos del Pentágono sacados a la luz pública revelan que desde los años ’60, EE. UU. propugnó la creación del paramilitarismo en Colombia como medio para combatir las “guerrillas comunistas”. Los manuales de las fuerzas especiales estadounidenses puestos en efecto en los años 60 van aun más lejos: abogan por el uso del terrorismo como método de lucha no convencional en contra de las guerrillas.
Un manual de 1960 de las Fuerzas Especiales llamado “Operaciones de contrainsurgencia” sistematiza los métodos de lucha de EE. UU. en la lucha contra las guerrillas, entre ellas las “operaciones punitivas” contra la población civil en las “operaciones de supresión de los guerrilleros/terroristas”.
Y entiéndase bien que desde aquella época el plan de llamar a los grupos insurgentes como “terroristas” ya estaba diseñado: fue copiado de los métodos usados por los franceses en Indochina y en el norte de África y por los británicos en Malasia. Hasta la terminología que se usaba en aquella época es exactamente la que habría de aparecer en Colombia décadas más tarde: “aldeas de autodefensa”.
Los imperialistas norteamericanos juntarían las experiencias de franceses y británicos y las suyas propias en Filipinas, Corea e Indochina para “perfeccionar” su teoría. Fue así como adaptaron la terminología colonialista de franceses y británicos: los insurgentes deberían ser llamados “guerrilleros/terroristas” y “disidentes” y la población civil sospechosa de colaborarles estaría sujeta a operaciones “punitivas” y de “relocalización”.
Todos estos poderes colonialistas habían usado ya en sus guerras el equivalente de los escuadrones de la muerte: grupos de 12 individuos altamente entrenados, cuya misión era hacer misiones de reconocimiento y de “caza y destrucción” del adversario.
El plan de contrainsurgencia tenía como elemento vital la creación del paramilitarismo, en el que Uribe jugó un papel importante para Estados Unidos, que lo calificó de “firme, pero justo”.
Esa “firmeza”, nada justa, es la que hay que extirpar, si se quiere llegar a la paz real en Colombia.
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