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“Pacificando” a Afganistán

10 de diciembre de 2018

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Como parte de su campaña electoral, el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, criticó las guerras emprendidas por las administraciones anteriores en el Medio Oriente, y prometió que acabaría de pacificar a Afganistán e instaurar una democracia completa en el país, para lo cual no solo eludió comentar cualquier retiro de tropas, sino que determinó el envío de un mayor número de militares y aumentar las filas del ejército local.

El pretexto principal es generalmente el mismo: apuntalar a un régimen electo “democráticamente” –haciendo revivir a los muertos– en algunas regiones del país, con más militares que electores en los colegios de votación, y acabar con todo tipo de insurgencia, a la que calificó de terrorista.

Pero a pesar de haber autorizado el lanzamiento de una superbomba y la utilización de ultramodernos drones que aniquilan todo lo vivo a su paso, más de la mitad de la nación es controlada por los rebeldes y en la otra parte no liberada, solo prospera la producción de opio –el 87% de la del mundo–, que alimenta las arcas de los denominados señores de la guerra, aliados del gobierno local y algunos que otros jefes militares norteamericanos que debían estar a cargo de su destrucción.

Washington asegura que está acabando con las fuentes de suministros de la droga, pero hay que recordar que el aumento de la producción de opio coincidió con el desencadenamiento de las operaciones militares estadounidenses y la consiguiente caída de los talibanes, cuyo régimen impuso la prohibición del cultivo de amapola en el 2001.

En fin, se siguen cosechando magros resultados de la política de la actual administración ultraderechista estadounidense, que, a pesar de los grandes gastos en tropas, armamentos y presupuestos especiales no ha podido “pacificar” al país centroasiático.

Con Trump se ha acelerado la intervención, pero también las diversas respuestas opositoras, que han hecho grandes estragos en los centros de entrenamiento del ejército local y hasta puesto en peligro la vida del embajador y sus asesores en la embajada, amén de continuados e indetenibles ataques al palacio de gobierno en la que se decía controlada Kabul, la capital.

Lo cierto es que el número de tropas norteamericanas sigue aumentando, y alguno que otro retiro es compensado con la entrada en la guerra de expertos en la destrucción total, que incluye especialistas en la eliminación de la poca vegetación y hacer inútiles los territorios cultivables.

Además. el gabinete de halcones nombrado por Trump ya ha dispuesto el reforzamiento de las bases militares que pretende dejar allí y en sus alrededores. La constante propaganda de que la situación de los ocupantes va mejorando y la insurrección no puede lograr un triunfo total, se contradice con el convencimiento de que la misión agresora aupada por Estados Unidos se encuentra ante un callejón sin salida.

La insurgencia continúa su ritmo ascendente, convirtiendo su actividad en un verdadero infierno para las fuerzas invasoras, lo cual hace dudar de la política “pacificadora” de Trump, quien pretende hacer aumentar las ganancias de la industria armamentista norteamericana, que incluye el aumento de la participación de sus alados en la agresión iniciada hace 17 años, bajo el fabricado pretexto de que los talibanes participaron en los atentados a las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono.

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