Otro golpe a las familias cubanas
28 de octubre de 2019
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Aunque todavía hay idiotas —aquí y allá— que se creen los cuentos de las administraciones estadounidenses que pretender justificar el genocida bloqueo con aquello de que se trata de sancionar al gobierno y defender al pueblo, cada vez se suman más medidas destinadas a asfixiar a la población y hacerlo rendir por hambre. Por supuesto, algo que en Cuba, nunca lograrán.
Esta semana el anuncio fue que las compañías aéreas de Estados Unidos que enlazan a la nación del Norte con 9 aeropuertos cubanos, tendrán que dejar de volar a partir del 10 de diciembre, por obra y gracia de Donald Trump.
Se trata de reclamos de personajes como Marco Rubio, que no aceptan otra forma que no sea la de ver a la población de la Isla vecina —y digna— inclinada a los pies del poderoso monstruo que nos quiere asimilar. Lo que nunca sucederá.
De igual forma, todas estas acciones se enmarcan en el año electoral, que debe definir una nueva administración en noviembre del 2020 y que Trump y sus acólitos se empeñan en no renovar, sino conseguir a toda costa la reelección del magnate inmobiliario, excéntrico y disparatado, que hoy ocupa —más que la silla oval de la Casa Blanca— las redes mediáticas por donde circulan sus continuados tuits.
Sin embargo, aunque responden a exigencias de los sectores más recalcitrantes de la contrarrevolución radicados en Miami y quizás a algunos mercenarios que lo hacen desde Cuba, la administración Trump puede recibir el voto de castigo de quienes ahora están siendo limitados a ejercer su derecho a visitar familiares.
No son pocos. Las cifran pueden llegar a varios cientos de miles de cubanos, ahora mutilados en lo que siempre debió ser una libertad y un derecho, de esos que tanto proclaman en el imperio del norte.
Esta vez, incluso, las medidas fueron anunciadas —primeramente por el diario Nuevo Herald— y coincidiendo con una reunión pactada para Miami, de grupúsculos de la contrarrevolución cubana y la OEA, para «aplaudir a Trump» por sus intentos de asfixiar al pueblo de la Isla.
En un ambiente de pomposos trajes para las damas y cuello y corbata para los hombres, «oídos miserables» escucharon las mismas mentiras de hace más de cincuenta años y, por supuesto, las orientaciones de un personaje como Luis Almagro, secretario general de la OEA, y la señora Carrie Filipetti, subsecretaria de Estado adjunta para Cuba y Venezuela.
El resto del auditorio lo componían personajes de poca monta —no quiere decir que Almagro sea de mucha—, algunos con sus acostumbradas mentiras que les han permitido vivir de la contrarrevolución, otros más entusiasmados con un presidente como Trump que «aprieta cada día más» como exclamó una de las presentes, para «devolver la democracia a Cuba».
Mientras, a las familias cubanas —de aquí y de allá— se les hace más difícil y quizás imposible, el encuentro con los suyos o las visitas acostumbradas que ahora se verán tronchadas.
Ese es Trump. Ese es el bloqueo. Y quienes aplaudieron en Miami las nuevas medidas, son los mercenarios de hoy y de siempre.
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