Ofensiva imperialista en América Latina
12 de marzo de 2014
|Los recientes sucesos en Venezuela y la amplia divulgación de normas imperiales para financiar y hacer aumentar el descontento interno e intentar recuperar el control en naciones tan disímiles como el país suramericano, Libia y Ucrania -sin la intervención militar directa de Estados Unidos- ponen de relieve el endurecimiento de la política exterior de la actual Administración, recurrente durante un corto tiempo a presiones netamente diplomáticas.
En Libia logró las metas propuestas, independientemente del actual caos reinante, como también lo ha hecho con Siria, aunque aun sin los frutos deseados, mientras en Ucrania sus agentes ultraderechistas de diversos colores derribaron a un gobierno democráticamente elegido, llevaron el peligro hasta las fronteras con la vecina Rusia y causado un movimiento escisionista de quienes no claudican con ellos.
Pero la conspiración contra el proceso bolivariano en Venezuela hace recordar que América Latina siempre ocupó un lugar especial en la estructura del imperialismo norteamericano. Fue el primer territorio de expansión yanki y estuvo considerado por el establishment del Norte como una posesión innegociable. La doctrina Monroe apuntó primero a limitar la presencia europea y buscó posteriormente asegurar la primacía estadounidense. La denominación “patio trasero” ilustra esta estrategia de sujeción. Esta orientación no ha cambiado con la era de Barack Obama, quien solo introdujo una diplomacia de buenos modales, para contrarrestar el desprestigio de su antecesor, George W. Bush.
Al comienzo de su mandato sugirió algún retiro de presos de Guantánamo, pero sin devolver el enclave a Cuba. Planteó aliviar las restricciones para viajar a la Isla, pero sin levantar el embargo, y buscó ciertos acercamientos diplomáticos en el ámbito de la desprestigiada Organización de Estados Americanos, pero al poco tiempo retomó la tradicional combinación de la zanahoria con el garrote.
En América Latina, Obama hizo recordar la acción diplomática de William Clinton, pero enseguida dio paso a métodos brutales, presionado internamente por la búsqueda de consenso con la derecha republicana, de ahí su apañamiento al golpe de Estado en Honduras, la acción reaccionaria que hizo dimitir al presidente de Paraguay y el apoyo a los elementos que llevaron a Ricardo Martinelli a la presidencia panameña, todo destinado a facilitar la caída del gobierno venezolano.
En este contexto se enmarcaron los complots para derribar e incluso asesinar -como hicieron con Muammar el Ghadaffi en Libia- a Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, y la campaña para desestabilizar al gobierno argentino.
La orientación imperial hacia Latinoamérica siempre jerarquizó la presión militar. Bajo el mandato de Obama los gastos bélicos destinados a la zona alcanzaron el nivel más alto de la década y han llegado al 47% de la “ayuda” total.
El dispositivo bélico se asienta en la reactivación de la IV Flota, que maneja el Comando Sur de Miami desde el abandono del Canal de Panamá. Ese centro reúne más personal civil dedicado a la región, que todos los departamentos diplomáticos y comerciales de Washington. Monitorea una vasta red de instalaciones, que aseguran cobertura aérea y marítima para cualquier incursión eventual de los marines.
El segundo pilar de este arsenal son las nuevas bases de Colombia. Supervisan el rearme de los ejércitos que le son afines en la región y recrean operaciones secretas, con las técnicas desarrolladas durante la guerra fría. Muchas acciones que fueron practicadas en Afganistán han sido previamente ensayadas contra las guerrillas colombianas.
El Pentágono ejerce un mando directo sobre una zona del país, mediante el control de los aeropuertos y del espacio radioeléctrico. También goza de plena inmunidad para la acción de tropas, que no deben rendir cuentas ante los tribunales colombianos. Toda esta cuestión perturba sin dudas el proceso del diálogo de paz entre el gobierno y la insurgencia que tiene lugar en La Habana.
Y es que Colombia ha sido el epicentro de todas las provocaciones imperialistas de los últimos años. Desde allí se montó la escalada bélica contra Ecuador y ya se lanzaron incontables agresiones contra Venezuela, incluso ahora, con la presencia de paramilitares que actúan como francotiradores y expertos en demolición entre las filas de una oposición manipulada por la ultraderecha.
Estados Unidos militariza la región con el pretexto de enfrentar al narcotráfico. Pero este argumento ha perdido credibilidad. Fue enarbolado por Reagan (1986), utilizado para invadir Panamá (1989) y resucitado para introducir el Plan Colombia (2000).que se mantiene intocable en este 2014.
En varios países las clases dominantes coexisten con esta variedad de lumpen-burguesías, que recurren al terror contra las protestas populares y utilizan la filantropía para blanquear el dinero sucio. El crecimiento desmedido de este grupo rompe la cohesión del Estado, disgrega la vida social y genera todo tipo de tensiones. México se ha convertido en el país más afectado por este proceso de descomposición político-social.
Ello sigue ocurriendo actualmente, pese a desmentidos, en un contexto que asegura ganancias para ambos lados de la frontera común con Estados Unidos, cuyo gobierno ha seguido la trayectoria de los anteriores, más ocupado en desestabilizar y derrocar a los gobiernos molestos, como el de Venezuela, y mantener la ofensiva imperialista en América Latina.
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