Obsesión fatal
1 de abril de 2019
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Cuando uno trata de metabolizar el porqué de la obsesión de los gobiernos de Estados Unidos en hacer guerras, derribar gobiernos y apoderarse de países, la única explicación posible es la propia supervivencia de ese imperio diabólico.
Los presidentes –demócratas o republicanos– han sido parte del entramado sistémico con la misión de garantizar lo que ellos llaman la seguridad nacional al precio que sea necesario.
Se trata de una filosofía sostenida por el dinero. Y en tal circunstancia es el poderío del Complejo Militar Industrial y el Pentágono, lo que establece la prioridad de cada acción, el lugar donde hacerla o la circunstancia a aprovechar.
Ese es el panorama que hoy se presenta ante Venezuela. País al que Washington le ha declarado una guerra que ya le hace, con los ataques al sistema eléctrico nacional, el robo de grandes sumas de dinero depositadas en bancos de otros países, las más terribles sanciones económicas y el bloqueo a la adquisición de alimentos y medicinas necesarios para la población.
Crear el caos y la desesperación interna. Provocar hambre y muertes por falta de medicamentos. Dejar sin agua potable a la población. Cortar el sistema de comunicación nacional e internacional incluyendo los servicios de Internet, son, entre otros, objetivos priorizados de la administración Trump en su afán por doblegar a la nación bolivariana.
Esta guerra no es nueva en la región. Otros países, incluso, han sufrido de estas medidas y de invasiones militares, bombardeos y ocupación de territorios soberanos por parte de los soldados estadounidenses.
La posibilidad de una agresión militar contra Venezuela la concibió Trump en 2017 cuando dijo que se haría, de ser necesario.
Respecto a este tema, acudo a un artículo de la Universidad estadounidense de Harvard de 2005, que hace un recorrido por las distintas intervenciones militares de Estados Unidos en naciones latinoamericanas, que suma la cifra de 41 acciones de guerra desde 1898 hasta 1994. O lo que es igual, una guerra cada 48 meses.
Siempre han buscado un supuesto motivo, incluso el de autoatentados que involucran a civiles de Estados Unidos o de las naciones agredidas.
En Cuba, en 1898, cuando ya los mambises tenían ganada la guerra contra la metrópoli española, llegaron los marines yanquis y se apoderaron no solo de la victoria conquistada por los cubanos, sino de una parte de nuestro territorio, la base naval de Guantánamo, todavía hoy convertida en centro de prisión y tortura para supuestos terroristas inventados por Washington.
En Panamá, en 1903 la intervención de fuerzas militares de Estados Unidos propició a la nación del Norte apoderarse del territorio del Canal de Panamá.
En 1989 las tropas yanquis irrumpieron nuevamente en Panamá donde murieron más de 3 000 civiles a causa de los bombardeos contra el barrio popular de El Chorrillo.
Nicaragua, de igual forma, ha sufrido las invasiones y acciones militares de tropas norteamericanas. En 1910 los marines desembarcaron en las zonas costeras de Corinto y Bluefields y en 1912 volvieron a intervenir y mantuvieron las fuerzas militares hasta 1925.
México fue frecuentado por tropas estadounidenses en 1914 y la nación azteca no olvidará nunca que Estados Unidos le quitó más de la mitad de su territorio, hoy anexado a la potencia que vuelve a amenazar y hasta un costoso muro de casi 6 000 millones de dólares levanta en su frontera.
En la empobrecida Haití los militares norteamericanos desembarcaron en 1915 y la ocupación del país se extendió hasta 1934. Nuevamente, en 1994, las fuerzas militares del Pentágono invadieron ese país.
Las intervenciones en la región continuaron en República Dominicana en 1916 hasta 1924 y posteriormente volvió a invadir esa nación en 1965.
En Guatemala propició, a través de la CIA, un golpe de estado para derrocar al presidente Jacobo Arbenz.
La pequeña isla de Granada sufrió los embates de las fuerza militares de Estados Unidos en 1983.
Son estas, solo algunas de las formas en que los distintos gobiernos de Estados Unidos han estado involucrados en acciones de guerra para derrocar gobiernos que Washington ha considerado contrarios a sus intereses.
Esa obsesión fatal, que ahora quieren repetir en Venezuela, ha costado la vida de decenas de miles de latinoamericanos.
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