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No hay luz al final del túnel

7 de julio de 2020

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La independencia de Puerto Rico sigue en las antípodas, con una población sufriendo los estragos de un neoliberalismo con chapucería y corrupción, que se suma a continuados desastres naturales y los castigos de una administración norteamericana enojada por no poder sacar más ganancias de la colonia.
Sí, porque el denominado Estado Libre Asociado (ELA):no es más que una colonia -ni siquiera una neocolonial- sin tener derecho siquiera a gozar de los atributos que tendría como el también humillante estado número 51 de la Unión, sin contar que dejaría de un lado y para siempre cualquier ímpetu independentista, aún hoy latente, cuando defiende su cultura y sentir nacional.
La propaganda colonialista escabulle la realidad, consolándose con el conocido argumento de que en los comicios puertorriqueños la mayoría de los votos se reparten entre las dos organizaciones electorales del statu quo: el anexionista Partido Nuevo Progresista (PNP), que aboga por una ilusoria conversión de Puerto Rico en Estado de las Unión, y el autonomista Partido Popular Democrático (PPD), que pese a la catástrofe en curso, que incluye sonados escándalos por corrupción, justifica el modelo colonial del ELA.
La superficialidad de esa interpretación oculta varias cosas. Y es que en las elecciones puertorriqueñas no se dirime el estatus político, ni la soberanía de la isla, sino a quienes se elige para administrar los asuntos corrientes: limpieza y ornato, bacheo, mantenimiento de las instalaciones escolares, seguridad policial. La elección de gobernador, legisladores y alcaldes poco tiene que ver con las preferencias ciudadanas sobre el colonialismo o la independencia
El régimen del ELA le concede a cada nativo dela isla pasaporte estadounidense y la posibilidad de emigrar legalmente a Estados Unidos. Igualmente, acceso a subsidios federales con los cuales mitigar sus carencias de empleo y alimentos, y algunos servicios de salud y educación.
No son pocos los latinoamericanos pobres y de clase media que desearían tener prerrogativas similares, lo que no significa que renunciarían a su identidad nacional.
Y bajo la crisis actual en la isla ningún puertorriqueño desearía perder estas prerrogativas, por mucho que le desagrade el régimen colonial.
Pero eso no debilita la cultura puertorriqueña ni el fuerte sentimiento nacional que caracteriza a su pueblo. Lo demuestra a diario su obstinado apego al idioma castellano con su distintiva modalidad dialectal y gesticula, a las costumbres y formas cotidianas de convivencia y confraternización, asociadas a sus propios gustos culnarios, musicales y artísticos, tanto en los nativos años como en los millones de emigrados.
En este contexto, la senadora independentista María de Lourdes Santiago recuerda que ambos partidos del sistema imperante coinciden en fomentar que la gente no trabaje, no produzca, a la vez que “abonan el cultivo rastrero al culto a los intereses extranjeros con la entronización de la mediocridad en las posiciones más altas del gobierno” local.
En lo que se refiere al PPD, los resultados de la última década desnudan el retroceso, el callejón sin salida y la falta de una luz al final del túnel.
Pero sobre el PNP, sus estadías en el gobierno, su propuesta de convertir a Puerto Rico en un estado de la Unión es un engaño e irrealizable. No porque falten puertorriqueños enajenados por la cultura colonial que puedan votar por ella, sino porque no hay estadounidenses dispuestos a aceptarlo.

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