Nicaragua resiste y vence
11 de julio de 2018
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En la historia de América Latina y el Caribe –en particular de Centroamérica–, pocos países han tenido que soportar la agresión y el hostigamiento constante a lo largo de su existencia como la pequeña Nicaragua. Tal vez por eso mismo, su pueblo sencillo y laborioso ha forjado una estirpe de resistencia y heroísmo, cuajada de héroes populares y de experiencias previas.
Aun no siendo excesivamente rica en recursos naturales, por su posición geográfica con costas en los dos océanos y en el mismo corazón de Centroamérica, el imperialismo norteamericano la ha visto siempre como un fruto apetecible y necesario dentro del “patio trasero” establecido por la Doctrina Monroe.
Tras haber logrado la independencia de la metrópoli española, comenzó para Nicaragua una lucha aun más dura frente a los apetitos yanquis, que tuvo sus altibajos en dependencia de los gobiernos locales y durante mucho tiempo transcurrió alrededor del objetivo estadounidense de construir un canal transoceánico cruzando el país por el punto considerado como más favorable en la geografía centroamericana.
Aunque el canal fuera construido finalmente en Panamá –entonces provincia colombiana convertida en país para esos propósitos–,Nicaragua no dejó de estar en la mirilla imperialista y ello causó la intervención militar yanqui del siglo pasado motivando la resistencia heroica del general de hombres libres, Augusto César Sandino.
Traicionado y asesinado Sandino, Washington impone a Anastasio Somoza –tirano de sangrienta recordación– abriendo así la era del somocismo, concluido el 19 de julio de 1979 con la epopeya del Frente Sandinista de Liberación Nacional y su ejército popular.
En esas circunstancias, la administración Reagan lanzó la guerra sucia contrarrevolucionaria de la década de los ochenta contra la nueva Nicaragua, que costó la vida de miles de sus mejores hijos y marcó para siempre a la joven generación, víctima en carne propia de la vesania imperialista.
No fue una sorpresa, por tanto, que en el 2006 el Frente Sandinista retomara al gobierno, encabezado por Daniel Ortega, y tuviera la oportunidad de reiniciar una etapa caracterizada por los programas sociales, el crecimiento económico, la seguridad ciudadana y una política exterior independiente y solidaria.
Durante más de una década, la construcción fructífera y eficiente de una nueva Nicaragua fue convirtiéndose en ejemplo para la región, y en particular para Centroamérica, de modo que los imperialistas y sus lacayos locales quedaron sin argumentos y totalmente desarmados ideológicamente frente al sandinismo, como se demostró en las elecciones de 2016.
Esta vez la consigna del imperio y sus lacayos parece ser la de “tierra arrasada”; hay que destruir a la sociedad nicaragüense y hacerle pagar bien caro el precio de la paz, la seguridad social y la tranquilidad alcanzadas. En esos términos está planteada la lucha de hoy para ese pueblo indoblegable que, como siempre, resiste y vence.
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