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Narcomanía

30 de septiembre de 2019

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Este mundo continental del que Estados Unidos se cree dueño y señor, lleva a rastras a estados que, coincidentemente, tienen una amplia foja en los tejemanejes del narcotráfico, envuelto en todo tipo de falsedades para evitar que la verdad se conozca.

Esa cortina para tapar la verdad hizo que el politólogo mexicano de origen libanés Emir Sader, afirmara que se vive en la mentira del silencio, porque existe un monopolio de la palabra.

Siempre que se habla de narcotráfico y todo lo sucio que se deriva de ello, se piensa justamente en Colombia y México en primer lugar, pero se soslaya que la mayor parte de lo que se produce y trafica va a parar a Estados Unidos.

En territorio norteamericano entran toneladas de droga, y esto se hace por mar, aire y tierra sin que, sospechosamente, la primera potencia mundial lo detecte con sus más sofisticados equipos.

Siempre vemos narcotraficantes y policías muertos en Colombia y en México en esta lucha que parece no tener fin. ¿Ustedes han oído de narcotraficantes y policías norteamericanos muertos por esa lucha? Quizás en Chicago P.D., u otra serie televisiva similar.

En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador está intentando seriamente en poner freno al mal, sin que acepte presiones de Trump ni de nadie, algo que no es fácil cuando está muy arraigado, tiene la complicidad de autoridades locales y  miles de personas viven de ello, la mayoría de las cuales serán tarde o temprano instrumentos o víctimas de la violencia aparejada a la malsana práctica.

Pero en Colombia, un narcoEstado, la cosa es diferente, con un mandatario que convive con lo peor, sigue al pie de la letra las órdenes de la Casablanca y se convierte en punta de lanza -al estilo israelí- contra un Estado envuelto en una revolución bolivariana, Venezuela.

Tanto Colombia como su guía Estados Unidos se han convertido en Estados delincuentes, por obra y gracia de quienes detentan el poder y, de una manera u otra, eso va en dirección al aprovechamiento del multimillonario tráfico de droga, aunque Trump lo niegue.

 

Democracia enferma

Para el presidente Iván Duque el camino ha sido fácil, porque ya lo había labrado su mentor Álvaro Uribe, líder del partido Centro Democrático, quien aprovechó las debilidades de esa democracia que se dice representativa y que en Colombia está enferma, para llevar a su discípulo al poder, y asegurar el mantenimiento del lucrativo negocio.

Aquí es bueno recordar que en enero de 1992, siete meses después de que Pablo Escobar se entregara a las autoridades colombianas a cambio de no ser extraditado a EE.UU., la embajada estadounidense en Bogotá recopiló una lista de políticos colombianos “sospechosos de tener vínculos con el narcotráfico”.

La lista se dividía en dos secciones: “los narco-políticos” que eran “políticos con sólidas historias” de relación con el narcotráfico; y “los posibles narco-políticos”, que eran sospechosos de tener lazos con el tráfico de drogas, aunque no estaban comprobados.

Uribe, al que se le describe “como una joven estrella de la escena política colombiana”, aparecía en la última categoría por los negocios de su familia.

La embajada de EE.UU. en Colombia informó al Departamento de Estado de la condena de Uribe a las explosiones de las bombas con las que Escobar desangró a la ciudad de Medellín, y concluye diciendo: “seguimos sospechando de las posibles conexiones de Uribe con el narcotráfico”.

Y todo esto ocurría en un momento en que Uribe no tenía todo ganado con el gobierno estadounidense, como sí ocurrió después, aunque se conocieran sus lazos familiares con narcotraficantes (es primo de los Ochoa), y rumores provenientes de contactos creíbles con esos elementos.

Desde esa época ya los narcotraficantes tenían en su mente copar el Estado colombiano, sumamente débil en principios éticos y morales y en el que sigue predominando el bien personal al colectivo y social.

Después nadie molestó  a Uribe, porque al Imperio le convenía, como ahora con Duque, que estuviesen apoyados por el paramilitarismo y una parapolítica que aseguraba el resultado de las elecciones a su favor. Por ejemplo, en algunos lugares de la Costa Atlántica los votos que recibía esa derecha eran superiores al número de habitantes censados, y nada de esto se investigaba.

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