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Muros con cemento xenófobo

27 de enero de 2017

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Cuando entre finales de 1989 y principios de 1990 el campo socialista europeo se vino abajo, la mayor atención mediática se centró en el Muro de Berlín.

La caída de aquella mole de cemento y acero que dividía a las entonces República Democrática Alemana y Alemania Federal, no solo acabó con un mundo multipolar, sino que, de acuerdo con los intereses imperiales, se convirtió en centro mediático anticomunista y antisocialista.

Del Muro de Berlín ya casi ni se habla. Muchos de sus pedazos se convirtieron en souvenirs para vitrinas privadas. Películas, documentales y otras expresiones gráficas han recorrido el mundo. En casi todos los casos se demonizó como símbolo de multipolaridad y se presentó ante el mundo como el fracaso del comunismo.

Ahora, en la propia Europa civilizada y nada comunista, otros muros se levantan por algunos gobiernos, con otras intenciones. Los de ahora son muros para frustrar las migraciones masivas de hombres, mujeres y niños hambrientos de África o los que tienen en las migraciones el único camino para salvar la vida de las guerras de un Oriente Medio convulsionado.

En medio de esta realidad los muros parecen convertidos en moles a las que, además del cemento, la arena y el acero, se le añaden ingredientes políticos y xenófobos.

De esta forma, la nueva administración que acaba de asumir la presidencia de Estados Unidos, rubricó, entre sus primeras órdenes ejecutivas, la de construir un muro en la extensa línea fronteriza con el territorio de México.

Para nada se habla o se escribe en los grandes medios que inundan nuestro mundo intercomunicado, de que una buena parte de ese territorio fue arrabatado a México por su vecino mayor, que dejó a la nación azteca mutilada de casi un 50% de lo que le perteneció.

Se trata de levantar el muro por más de 3 218 kilómetros y que hasta nuestros días han estado protegidos por altas y electrificadas vallas metálicas, testigo mudo de la muerte de muchos latinoamericanos que en su afán por llegar al territorio vecino han sido víctimas de las balas lanzadas por los soldados norteamericanos que vigilan día y noche.

Sin embargo, un hecho real es que esa frontera se ha convertido en la ruta por la que transita la droga con destino a los mayores consumidores del planeta, lo que es igual, en un negocio que mueve miles de millones de dólares cada año.

Cuando las vallas metálicas levantadas parecían poner freno al narcotráfico, el ingenio bárbaro y el dinero en cantidades fabulosas, hizo posible que se hicieran pasos fronterizos usando corredores subterráneos que en algunos casos tienen distancias de decenas de kilómetros, para pasar la droga hacia territorio norteamericano.

Respecto a la orden presidencial de emprender la construcción del muro que separa a Estados Unidos y México, el mandatario azteca ha dicho que: “En ningún momento aceptaremos nada en contra de nuestra dignidad como país, ni de nuestra dignidad como mexicanos”.

Por tal razón el propio gobernante, Enrique Peña Nieto, acaba de suspender su programado encuentro con Donald Trump.

Hay que recordar, como señala la BBC Mundo, que desde agosto del 2015, en medio de su campaña presidencial, Trump había diseñado la forma en que México pagaría el costo del muro que levantará Estados Unidos.

Al respecto enumeró como puntos esenciales, decomisar las remesas que los mexicanos envían a sus familiares cuando este dinero proviene de sueldos obtenidos trabajando como indocumentados. Aumentar los precios de las visas otorgadas a mexicanos. Incrementar las tarifas para el otorgamiento de tarjetas para el cruce fronterizo, que según Trump, son usadas por cerca de un millón de mexicanos cada año y que –dice– son la fuente para que muchos se queden de forma ilegal.

En fin, estamos en presencia de hechos que ponen al descubierto el verdadero interés hegemónico norteamericano, lo que esta vez se le quiere blindar con un muro construido con cemento xenofóbo.

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