Mano “tibia” contra el paramilitarismo
26 de octubre de 2017
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No es la primera ni la última vez que se especifica que con la presencia del paramilitarismo no se podrá llegar a una paz consecuente en Colombia, por mucho que se avance en los acuerdos de paz suscritos por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el gobierno de Juan Manuel Santos en La Habana
En este contexto, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que continuó en Quito el ciclo de conversaciones con Santos para llegar a un convenio similar, ha expresado que la eliminación del paramilitarismo es condición indispensable para cualquier acuerdo, y más con lo que está sucediendo en estos momentos en el país suramericano, donde este miércoles 25 fue asesinado el activista social número 126, un dirigente indígena, en lo qua va de año.
Así, comprendiendo esta situación, el legislativo colombiano acaba de aprobar una ley para la eliminación del flagelo, emplazando a Santos a que actúe en consecuencia y no deje desperdiciar un convenio que debiera poner efectivamente fin a más de cinco décadas de guerra.
“Se prohíbe la creación, promoción, instigación, organización, instrucción de grupos civiles armados organizados ilegales de cualquier tipo, incluyendo las denominadas autodefensas, paramilitares”, destaca el primer artículo del acto legislativo que ahora pasa a conciliación entre el Senado y la Cámara.
El “acto legislativo que prohíbe el paramilitarismo debe estimular políticas públicas y hechos concretos para superar este flagelo”, expresó a través de su cuenta en Twitter, el miembro de la dirigencia de la FARC, Pastor Alape.
Pienso que Santos actúa presionado por la presencia de siete bases militares norteamericanas emplazadas en Colombia, así como la influencia que tiene el anterior presidente, Álvaro Uribe Vélez, el preferido por narcotraficantes y latifundistas.
Con tanto que hay que hacer en esa nación para eliminar desigualdades, la pobreza, toda esa muerte lenta que camina con el hambre a cuestas, tiene que soportar la impunidad de bandas criminales que siempre han acatado al Imperio, la oligarquía local y los monopolios internacionales.
A la sombra del imperio
Varios documentos del Pentágono sacados a la luz pública en Washington revelan que desde los años sesenta EE. UU. propugnó la creación del paramilitarismo en Colombia como medio para combatir a las “guerrillas comunistas”. Los manuales de sus fuerzas especiales puestos en efecto van aún más lejos: abogan por el uso del terrorismo como método de lucha convencional en contra de las guerrillas.
Un manual de 1960 de las Fuerzas Especiales llamado “Operaciones de contrainsurgencia” sistematiza los métodos de lucha de EE. UU. en la lucha contra las guerrillas, entre ellas las “operaciones punitivas” contra la población civil en las “operaciones de supresión de los guerrilleros/terroristas”. Y entiéndase bien que desde aquella época el plan de llamar a los grupos insurgentes como “terroristas” ya estaba diseñado: fue copiado de los métodos usados por los franceses en Indochina y en el Norte de África y por los británicos en Malasia.
Hasta la terminología que se usaba en aquella época es exactamente la que habría de aparecer en Colombia décadas más tarde: “aldeas de autodefensa”. Los gringos juntarían las experiencias de franceses y británicos y las suyas propias en Filipinas, Corea e Indochina para “perfeccionar” su teoría. Fue así como adaptaron la terminología colonialista de franceses y británicos: los insurgentes deberían ser llamados “guerrilleros/terroristas” y “disidentes” y la población civil sospechosa de colaborar estaría sujeta a operaciones “punitivas” y de “relocalización”.
Todos estos poderes colonialistas habían usado ya en sus guerras el equivalente de los escuadrones de la muerte: grupos de 12 individuos altamente entrenados, cuya misión era hacer misiones de reconocimiento y de “caza y destrucción” del adversario.
Apunta el investigador Mario Lamo Jiménez que el plan de contrainsurgencia de los gringos tenía como elemento vital la creación del paramilitarismo, cuya ofensiva planteaban en cuatro fases:
Fase 1: La organización de fuerzas auxiliares locales de contrainsurgencia, “comités de pacificación” locales y medidas de control de población (racionamiento de comidas estricto y control del comercio);
Fase 2: Operaciones de ofensiva o ataque frontal para exterminar a los guerrilleros en el teatro de la guerra; aislamiento de los guerrilleros por medio del control de alimentos y relocalización de elementos sospechosos a áreas “seguras”; creación de áreas “sanitarias inaccesibles”, áreas específicas donde se restringe a la población, donde todo el personal no-gubernamental que se encuentre es considerado como guerrillero/terrorista;
Fase 3: “Destrucción de los elementos militares y de apoyo del guerrillero/terrorista”, lo cual se hacía por operaciones para “destruir pequeños sembrados, campos y ganado usados por elementos de la guerrilla;
Fase 4: “Rehabilitación”, para restaurar la “normalidad” a través de una “administración firme. pero justa”
“Y es aquí, dice Lamo Jiménez, donde la bruja salta de su escoba: El manual de contrainsurgencia gringo describe el lema de campaña de Uribe “mano firme corazón grande” = “administración firme, pero justa”.
“Todo el plan de gobierno de Uribe responde a una táctica de guerra dictada por el Pentágono. Si Álvaro Urbe Vélez no es un agente de la CIA, es como si lo fuera, pues siguió al pie de la letra los dictados de la CIA y el Pentágono para gobernar a Colombia”.
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