Lula en prisión
21 de abril de 2018
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Muy difícil que los neoesclavistas de la oligarquía y el imperialismo dejen en libertad a Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a más de 12 años de prisión por una delación de un corrupto que busca mejorar sus condiciones carcelarias, que junto a la presunta entrega de un departamento, en el que no hay constancia, constituyen las dos falsas pruebas para mantenerlo encarcelado y evitar que se postule a la presidencia y ocupe el cargo por tercera vez en su vida.
Para las fuerzas progresistas, la prisión a Lula es un antes y un después en la caracterización del campo de batalla regional.
El antecedente del envío de prisión a Lula configura un nuevo momento político a nivel latinoamericano, porque tiene todos los signos de dar punto de inicio a situaciones similares contra otros liderazgos judicializados, como los de los ex presidentes Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner. Ciertamente, los contextos de ambos son diferentes, sin embargo muestran la intención de cerrar las vías institucionales a cualquier tipo de alternativa electoral por un cúmulo de vías que sobrepasan el margen de maniobra de éstos.
El resultado es más que obvio y evidente: el grupo de ultraderecha que detenta el poder en Brasil no respeta ni las reglas que inventó para gobernar su país, porque ya no le son útiles, por lo que hace falta ahora que siga y aumente la protestapopular, conociendo incluso que quienes gobiernan realmente el mayor país suramericano no se detendrán ante aquello que ponga en peligro sus privilegios.
Es decir, hay un golpe continuado que se inició en esta etapa con el golpe “blando” para deponer a Dilma Rousseff.
Ello hace que al movimiento progresista, que debe consolidar su unidad, se le impone replantearse tanto sus esquemas de lucha como de ideas para enfrentar el actual momento político tanto en Brasil como en el resto de la región, con el fin de desplazar a quienes gobiernan por distintos mecanismos de presión y fuerza.
MORO, CORREVEIDILE DEL IMPERIO
Desde hace meses, Lula había denunciado la “cacería de brujas” iniciada por la injusta justicia brasileña, dirigida por el juez Sergio Moro, quien tenía como blanco predilecto al líder del Partido de los Trabajadores, a fin de evitar que fuera candidato presidencial y que aparecía como primero en las encuestas, incluso de entes de derecha.
En Brasil, durante 500 años, el poder fue repartido entre dictaduras o en breves y frágiles democracias. No así entre el 2003 y el 2016, con Lula y el PT, con el que el país experimentó un incremento en su desarrollo integral, se recuperó la administración de los recursos nacionales y se consolidaron las políticas en beneficio de la población.
Luego le dio continuidad a esta gestión la presidenta Dilma Rousseff, pero en medio de la pugna por el poder, quedó destituida con el denunciado golpe parlamentario que puso como presidente interino a Michel Temer.
El derechista ahora frente a la Presidencia ha aplicado medidas de corte neoliberal como las privatizaciones y la eliminación de beneficios para los trabajadores.
De ahí que la meta es mantener a Lula en prisión, porque los conservadores temen su influencia y hacen cálculos para no convertirlo en víctima y aumentar su popularidad.
Pero, sabiéndose fuerte, y apoyado por el imperialismo norteamericano, la oligarquía, los militares y la corruptela ultraderechista que domina ambas cámaras, no cejan en mantenerlo preso, lo cual asegura a Brasil la vuelta a los tiempos de la esclavitud para los trabajadores y una lección para América Latina entera, al tratar de imponerle la convicción de que debe perder todo sueño de justicia.
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