Lucha perentoria
27 de mayo de 2014
|De la desigualdad social dimana todo tipo de inequidades que hostigan la calidad de la vida humana. Y es que es el resultado de un problema histórico y cultural, porque establece la condición por la cual las personas tienen un acceso desigual a los recursos de todo tipo, a los servicios y a las posiciones que valora la sociedad.
Y en este contexto, en un alarde de suavización de términos, informes de entes capitalistas mencionan que “la población adinerada se aleja cada vez más del resto en términos de riqueza”, para no decir por lo claro que las élites mundiales son cada vez más ricas y la mayor parte de la población, más pobres.
Y es que mientras acciones y beneficios de las empresas alcanzan récords, los salarios se han estancado. Muestra de ello es que la fortuna de las 10 personas más ricas del llamado Viejo Continente supera el coste total de las medidas de estímulo aplicadas en la Unión Europea desde el 2008 hasta el 2013.
Ello da una idea de la magnitud de la concentración de la riqueza, además de que las políticas de austeridad aplicadas a países en bancarrota económica están perjudicando a los más pobres y tienen un impacto negativo sin precedentes en las clases medias, al tiempo que enriquecen a los ricos.
Lo paradójico -una burla- es que el principal propugnador de la austeridad, el Fondo Monetario Internacional, ha reiterado en un reciente informe acerca del aumento de la desigualdad en el mundo, y su “solución” se diluye en propuestas generales sobre cómo emplear la política fiscal y el gasto público, y aboga por subir los impuestos y redistribuir la riqueza, pero no prescribe medidas específicas y elude las concretas.
Por un lado, reconoce que Estados Unidos ha vuelto a niveles de desigualdad que no se registraban desde antes de la Gran Depresión, y, por el otro, trata de achacar a problemas económicos la inestabilidad en Ucrania y Venezuela, sin mencionar la participación imperialista en el azuzamiento de hechos delictivos, victoriosos en el caso ucraniano y enfrentados resueltamente en el venezolano.
FOCO CENTRAL
Todo tipo de desigualdad social está fuertemente asociada a las clases sociales, al género, a la etnia, a la religión, etc, por lo cual el especialista español Eduardo López la define como el trato desigual o diferente que indica diferencia o discriminación de un individuo hacia otro debido a su posición social, económica, religiosa, a su sexo, raza, color de piel, entre otros.
El individuo se ve oprimido de forma económica, política, religiosa, y cultural. Así, se comienza a observar en la sociedad, lo que se conoce como minorías sociales. Es entonces cuando las grandes entidades o grupos usan la discriminación para mantener el control de los pequeños grupos, y excluye a los individuos no afines, es decir, a quienes se rebelan contra sus opresores.
Y llegamos a lo que encontramos en este mundo desigual, donde predomina el neoliberalismo y la explotación imperial.
Generalmente es admitido que valores como la libertad, la justicia, la paz, el respeto o la solidaridad tienen un carácter universal de manera que además de considerarse indispensables, se constituyen en los pilares básicos de todas las sociedades democráticas. Pero no tienen protagonismo en ciertos lugares y se convierten en letras que se la lleva el viento.
Basta recordar la virulenta reacción de ciertos grupos sociales estadounidenses ante la aprobación de leyes que regulan la igualdad de derechos de las personas con diferentes razas, o el problema que aparece en el propio EE.UU. y Europa ante la llegada de inmigrantes y la reacción de rechazo que muestran algunos sectores de la sociedad. Se habla de solidaridad y respeto, y la pequeña Cuba es un ejemplo indiscutible, pero la realidad muestra la doble moral con la que dichos valores son entendidos, cuando de vivirlos se trata.
CONSECUENCIAS GRAVES
Realmente son graves las consecuencias de la desigualdad, porque la diferencia entre pobres y ricos hay que verla como el mayor o menor acceso al trabajo, bienes materiales, salud, educación, etcétera.
No hay que ir a estudios para comprobar en la práctica, en la realidad que el mundo vive, que los países con mayores desigualdades económicas tienen mayores problemas de salud mental y drogas, menores niveles de salud física y esperanza de vida, así como peores rendimientos académicos y altos índices de embarazos juveniles no deseados.
Una de las más graves consecuencias de la desigualdad social, es la educativa, que comprende la de oportunidades. En algunas naciones capitalistas siempre se ha caracterizado por ser de prestigio para las clases sociales altas, y uno mediocre y general para las bajas. Veamos el caso chileno:
Durante las últimas dos décadas, el sistema educativo experimentó un gran proceso de masificación de la educación, aumentando así los niveles en la sociedad, pero esto no trajo consigo una solución al problema de la desigualdad social, porque para los sectores acomodados, significa la posibilidad de mantener los beneficios económicos y sociales, para los medios, actúa como mecanismo de movilidad, y para los pobres, se distingue por no acceder a la educación o a una de muy mala calidad.
Ello ocurre de una u otra manera en Estados Unidos, a pesar del estatuto asentado en su Declaración de Independencia acerca de que “todos los hombres fueron creados iguales”.
Y es que, al analizar las complejas características del mundo, resulta claro que su rasgo más evidente es el hecho de que casi dos tercios de la humanidad viven agobiados por la miseria y la escasez, mientras la minoría que resta tiene un crecimiento económico cada vez mayor. Luchar contra esta desigualdad y sus diferentes variedades es perentorio, y el estilo de esa acción no se puede encasillar en límites políticos rígidos.
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