Lo difícil de entender a Europa
26 de marzo de 2021
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Si estuviésemos en la época de la colonia, quizás sería menos complicado entender a esas metrópolis europeas, que en su fan de expansión explotaba a sus colonias, no importando la distancia ni la cultura, o la idiosincrasia de quienes pasaban a ser sus míseras posesiones.
Fueron siglos, a su vez, en que se formó entre nativos, antiguos esclavos e hijos de estos, un sentimiento emancipador en busca de lo que luego se convertiría en naciones independientes…al menos del colonialismo europeo.
Pero nacía, y trataba de expandirse por las ex colonias, el imperio estadounidense con su apetito desmesurado y su afán de convertir a nuestros países, recién salidos de la pesadilla colonial, en neo colonias que respondieran a sus designios.
Mientras esto sucedía, la Europa metrópoli fue languideciendo y en no pocos casos, sometida también a los mandatos salidos del renaciente imperio americano.
Así, hasta nuestros días, «caminar sin el bastón estadounidense» ha sido algo muy difícil para gobiernos e instituciones de la región europea, aunque en reiterados casos, como el presente, su alineamiento con los gobiernos de Washington, solo les traiga más dependencia, menos soberanía, y también afectaciones de orden económico, financiero y comercial.
Un ejemplo de nuestros días es la postura de la Unión Europea como entidad y algunos gobiernos de manera separada, respecto al megaproyecto gasífero Nord Tream2, con origen en el territorio ruso y proyectado para llegar este mismo año hasta Alemania.
Que el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, arremetiera contra el citado gasoducto, sancionara a Rusia y amenazara a las naciones europeas, era algo de esperar de alguien amparado en su condición de psicópata fundamentalista, que llegó a convertirse en mandatario de ese país, y hasta más de 70 millones de habitantes ejercieron el voto a su favor para tratar de que ganara su reelección.
Pero ya Trump no es el presidente y, sin embargo, la nueva administración demócrata, insiste en seguir su política fracasada y también utiliza la filosofía imperial de «sanciones» y «amenazas» contra Moscú.
Por estos días, el recién estrenado secretario de Estado, Antony Blinken, de visita de inicial por el Viejo Continente, ha reiterado la oposición del gobierno de Joe Biden, al proyecto gasífero que daría grandes beneficios y seguridad energética a la Europa necesitada, pero frágil cuando se trata de Estados Unidos.
Parece que una telaraña de dependencia oscurece el universo óptico de muchos gobernantes europeos, que se proponen renunciar a los 55 000 millones de metros cúbicos de gas natural que le aportaría cada año ese gasoducto, desde los fabulosos campos de pozos con los que cuenta Rusia, hasta Alemania, pasando por aguas de Dinamarca, Finlandia, Suecia, la propia Alemania y Rusia.
Los dos países comprometidos con terminar este año la gran obra, es decir Rusia y Alemania, se aferran a que sean instalados los poco más de 100 kilómetros de tuberías que faltan por poner a través del mar Báltico.
Resulta paradójico, sin embargo, que sean los gobiernos de naciones como Polonia, Ucrania y Lituania, los que más cacarean, sirviendo así como voceros del plan de Estados Unidos de abortar el gasoducto, y de esa forma que el combustible tan necesario para los pobladores de la región, se reciba vía barcos desde los pozos de gas esquisto de Estados Unidos. Un gas de mala calidad, muy caro por la distancia del traslado, y mucho más inseguro para garantizar, entre otras cosas, calmar los intensos fríos que afectan a al Viejo Continente.
Es por ello que, espero coincidir con quienes no pueden otra cosa que advertir sobre lo «difícil de entender a Europa».
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