Las “libertades” de Trump
14 de octubre de 2019
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Mientras no pierde ocasión para atacar por cualquier medio a Cubay Venezuela, con una hipócrita preocupación por la población de ambas naciones –a las quiere someterpor hambre– el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, deja libremente que su propio patio siga ahogado por la cantidad de drogas que allí sigue entrando, cosechando, vendiendo y consumiendo por millones de norteamericanos.
Se dice que el 5% de la población con amplio poder adquisitivo estadounidense consume el 80% de los opiáceos farmacológicos, pero esto es solo una muestra nada real,porque otros muchos estratos de la población sufren las consecuencias del flagelo, que no tiene obstáculos allí, por mucha propaganda que se haga en contrario.
Importantes órganos de prensa nos presentan cada día lo más impactante en relación a la narcomanía, como el consumo colectivo de opiáceos en un parque, más de 70 personas víctimas de desmayo en una fiesta, las parejas de drogadictos muertos por sobredosis de heroína, un almacén gigante donde se vende el producto sin la intervención oficial, el niño de siete años abrazado a sus padres esperando en vano que despierte de una muerte causada por la ingesta extrema de cocaína…
Y el 25 de abril último se informó que más de 200 personas estaban falleciendo cada día por culpa de la droga, mientras reportes oficiales confirmaban que unas 72 000 perecieron el pasado año y se espera un número mayor al final del 2019.
Es decir, hay casi once veces más fallecidos por la ingestión de drogas que hace 12 ó 13 años.en tanto el establishment que domina no hace nada al respecto.
Recuerdo que cuando la agresión a Vietnam, agentes de inteligencia se infiltraban en la multitud que protestaba contra la guerra y repartía gratuitamente drogas de todo tipo, conel fin de anquilosar las mentes y desprestigiar a quienes participaban en las demostraciones, sobre todo en los campus universitarios.
Pero esto no es nada con lo que ocurre ahora, y ya es pequeña la cfra de 1,3 millones de personas que en el todavía cercano 2014 necesitaron asistencia médica por consumo de medicamentos con receta y opiáceos, lo que representa el doble que en el 2005.
Y es porque ahorael número es vrtualmente incontable, porque hay una epidemia de drogadicción que castiga especialmente a las personas en un grupo de edad entre los 25 y los 44 años, algo que resulta extremadamente insólito, porque EE.UU., es la única nación desarrollada en que sucede algo así.
Un extenso informe de “The New York Times” sostiene que las muertes por sobredosis son la primera causa de defunciones entre los menores de 50 años, y constata que siguen creciendo a un ritmo infernal: 19% entre 2015 y 2017. En la década de los 80, las muertes por sobredosis de drogas oscilaban entre 6 000 y 7 000 personas por año, trepando ocho veces hasta rozar las 60 000 que se estiman para 2017. Ya habíamos apuntado que en el 2018, las víctimas fueron 72 000, y este año se espera algo igual.
Lo más curioso es la percepción que las elites estadounidenses tienen sobre el tema, al que el “New York Times” considera “una plaga moderna”, con la carga de miedos y temores que caen sobre una nación que desde siempre teme repetir las causas de lo que hace dos milenios provocó la “decadencia del Imperio Romano”.
El gobierno de Donald Trump hace como si quisiera combatir este problema, al que sólo le endilga una verdad, la de ser una “carnicería americana”, en tanto oculta que más de la mitad de los ingresos por drogas se quedan en Estados Unidos.
Los medios, los políticos y el empresariado estadounidense parecen rehuir la relación entre la epidemia de muertes por sobredosis y el modelo económico y social impuesto desde la década de los 80. En el mismo período en que se produjo el crecimiento exponencial del consumo de opiáceos, la riqueza del 1% se elevó hasta niveles inéditos, mientras los ingresos de la clase media blanca se derrumbaron.
Millones de adictos comenzaron por el consumo de tranquilizantes en la década de los 90, cuando empezaron a sentirse las primeras consecuencias del modelo neoliberal. Los opiáceos de prescripción legal son un inmenso negocio para las farmacéuticas. En los últimos 15 años las recetas de estos medicamentos contra el dolor se han triplicado, pero el 75% de los heroinómanos empezó con esos analgésicos.
Se trata de personas con sus vidas y familias destrozadas, ya que al perder sus puestos de trabajo en la vieja industria fordista, reconvertida con la automatización y luego con la robotización de la cuarta revolución industrial, no pudieron reciclarse a los nuevos empleos altamente tecnificados. Nadie los ayudó, en un país individualista donde surgen voces que piden que se deje morir a los drogadictos sin atenderlos, como ya sucede con las autoridades de algunos condados de Ohio.
La crisis sanitaria que emerge en Estados Unidos es apenas la punta del iceberg de problemas mucho más profundos y de carácter estructural. Dos de ellos parecen insoslayables: la hegemonía del capital financiero y la ambición por mantenerse en el primer lugar en el mundo mediante el uso y abuso de su poder militar.
Un poder militar que asesina y destruye a diestra y siniestra, en tanto sólo protege extensos sembrados de cultivos que se convertirán en drogas en Afganistán y Colombia, y en el propio Estados Unidos.
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