La raíz de Connecticut
20 de diciembre de 2012
|La más reciente masacre cometida en una escuela primaria de Estados Unidos, donde resultaron asesinadas por un sujeto posteriormente suicida 28 personas que incluyeron a 20 niños menores de entre 6 y 10 años, ha levantado una polvareda poco común en medio de un país asediado ya por la más cruel violencia, tanto a lo interno de esa desdichada sociedad como a la que sus clases dominantes generan hacia el exterior.
Esa sangrienta cotidianidad es, a su vez, retroalimentada por miles de modernos medios de comunicación que potencian la creación de una atmósfera social repleta de violencia y crimen tal como viene sucediendo desde tiempo inmemorial pero recrudecida y agudizada en épocas más recientes.
Muchos le achacan el pecado original a la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense -jamás modificada-, que le otorgó a los ciudadanos de ese país el derecho a adquirir y portar armas de fuego para actuar “en defensa propia” desde los mismos años fundacionales en que el país era asediado por una ola de asaltos, robos y asesinatos que la expansión territorial hacia el oeste y el robo de los territorios mexicanos llevó a extremos entonces impensables.
Otros opinan imprescindible que Estados Unidos tenga una Ley de Control de Armas que contribuya a regular la posibilidad actual de comprar allí, en cualquier esquina, desde un revolver o una pistola hasta un arma de guerra de las más sofisticadas y mortíferas, un arma de destrucción masiva, de las que se acusó poseer a Saddam Hussein para justificar la Invasión a Irak.
En este sentido, el presidente Barack Obama descartó la remota posibilidad, teniendo en cuenta que es imposible derribar el poder real del complejo militar-industrial –cuyo vocero en este caso es la llamada Asociación del Rifle-, financista de campañas electorales y uno de los principales poderes fácticos del Imperio, tal como admitió el ex presidente Eisenhower.
La situación es tan extremadamente grave que dos enloquecidos legisladores republicanos, Dennis Richardson y Louis Gohmert, han llegado a proponer que es necesario armar a los maestros y directores de escuela, para que puedan enfrentar a tiros a los eventuales agresores y eliminarlos, convirtiendo así a las escuelas en verdaderos campos de batalla.
Pocos han señalado aún -pero seguramente comenzarán a hacerlo en un futuro cercano-, que la raíz verdadera y ascendente de ese estado de cosas se encuentra en la naturaleza misma del país imperial, acentuada en momentos de evidente decadencia y aguda crisis económica sin solución a la vista, que se añade a la participación incesante de Estados Unidos en sucesivas guerras en el exterior envolviendo millones de jóvenes estadounidenses, retornados en medio de trauma psicológicos, síndromes y tendencias suicidas.
Como se observa, la raíz de la masacre de Connecticut y los orígenes de las muchas que le han precedido son un tema bastante más complejo de lo que pretenden hacerle creer al pueblo norteamericano.
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