La peor de las crisis
26 de septiembre de 2019
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Sin dudas el mundo está abocado a un suicidio colectivo por la peor crisis que puede sufrir, la climática, y así lo han expuesto en la más reciente reunión internacional al respecto, en la que se destacó el incumplimiento por los principales países contaminadores de las medidas necesarias para evitar que antes del 2030 la temperatura global tenga otros dos grados centígrados de calor.
La sequía hace que se multipliquen los incendios forestales, aunque en el caso específico de la Amazonía la culpabilidad de la reciente conflagración –aún no terminada completamente– se debió a la política del fascista gobernante brasileño, Jair Bolsonaro de incentivar la deforestación en beneficio de la oligarquía nacional y de las empresas extranjeras.
Sin embargo, la causa principal del calentamiento global se debe a más de 200 años de quema de combustibles fósiles como alimento del capitalismo industrial moderno y en menor medida, subrayo, a una reducción de los grandes bosques capaces de absorber el CO2. El desarrollo capitalista y su conversión en un sistema mundial se ha basado siempre en la disponibilidad de energía barata y altamente contaminante: primero el carbón, después el petróleo.
La energía barata ha sido imprescindible para imponer una división mundial del trabajo y crear un mercado de mercancías y capitales. Pero también para que el capital pudiera ir sustituyendo fuerza de trabajo por maquinaria, bienes de equipo y energía.
La globalización ha consumado la internacionalización del capitalismo al precio de haber desencadenado un desequilibrio ecológico sin parangón en la historia del planeta. Hoy la peor versión de ese capitalismo, el neoliberalismo, está profundizando esta crisis, sólo compatible con la de los años ’30 del siglo pasado.
Esta crisis es una crisis de sobreproducción, en la que las fuerzas productivas capitalistas han llegado a un nivel de producción y las relaciones sociales capitalistas han generado un grado de desigualdad –entre clases y entre pueblos– que es imposible que se resuelva sin un reparto radical de la riqueza, del trabajo y del tiempo que parta de una reformulación de las necesidades humanas, de las prioridades de producción y de una planificación democrática capaz de introducir una racionalidad social y ecológica totalmente ajena a las fuerzas ciegas del mercado.
Es decir, la crisis actual no se puede resolver de un modo duradero, esto es, sin repetir la huida hacia delante neoliberal, que sólo ha conseguido postergar durante 30 años la depresión, haciéndola más profunda y brutal.
Si siguiéramos a Marx, se pudiera decir que el capitalismo mundial está maduro para construir el socialismo, pero existe el problema actual que esas mismas fuerzas productivas están mutando en destructivas que amenazan el futuro de todas las especies, incluida la nuestra.
Remedio peor que la enfermedad
Y aunque hay gobiernos de naciones capitalistas desarrollados que están conscientes de la catástrofe que ser avecina –como Alemana y Francia–, lo cierto es que el egoísmo prevaleciente en los países más contaminantes –con la exclusión de China– es justamente cambiar algo para que todo siga igual.
Después de haber legislado a favor del capital financiero durante años, los principales gobiernos inyectan cantidades astronómicas de dinero público para salvar a las entidades que han precipitado la crisis, sin exigir a cambio ni tan siquiera una revisión de sus políticas.
En el terreno del cambio climático están abriendo campos de negocio “verde” a multinacionales energéticas ligadas a la gestión de la energía nuclear y a los hidrocarburos. En lugar de asumir su responsabilidad en el cambio climático global, los países imperialistas han renunciado a modificar sus economías para limitar sus emisiones y han buscado subterfugios para eludir conseguir las reducciones a que se comprometieron.
Al mismo tiempo, intentan despistarnos echando toda la culpa del cambio climático al crecimiento demográfico en el Sur (que, por otro lado, se está reduciendo y tiene un impacto mínimo a este nivel) y a la “voracidad” de las nuevas potencias emergentes.
Y aunque nada de esto es realmente nuevo, pero por ello no deja de ser preocupante, el gran capital, todos esos establishment que chantajean y explotan al mundo, en vez de preocuparse por disminuir el peligro latente que también los devorará, tratan de engañar con nuevos planes de “flexibilización” del trabajo y políticas de austeridad para las clases populares, sin alterar en lo más mínimo un reparto de la riqueza cada vez más desigual y un modelo de producción y consumo absolutamente insostenible.
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