La matemática letal
28 de septiembre de 2018
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Hay una canción que tararea “los días pasan y nos vamos poniendo viejos”. Es válido para todo, pero también es válida la falta de voluntad para resolver problemas mundiales como el de las armas nucleares, aunque pasen los días, los años y los decenios.
El tema se pone viejo pero la solución del mismo sigue inamovible y así se constató en la más reciente sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz (SIPRI), de Estocolmo, existen en el planeta 14 465 armas nucleares.
Esa cantidad está distribuida en Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Paquistán, Israel y Corea del Norte.
Entre todos ellos, hay dos que concentran cerca del 92% del armamento nuclear existente: Rusia y EE.UU.
En época del furor de la guerra fría, cualquiera de las dos principales potencias se consideraba amenazada por la otra, y así el arsenal nuclear crecía y la humanidad era testigo mudo de un peligro, latente aún, que puede acabar con la propia especie humana.
El único antecedente del uso de estos medios de exterminio masivo lo tiene Estados Unidos, autor, en 1945 del lanzamiento de los dos artefactos que acabaron con la vida de cientos de miles de ciudadanos japoneses.
Pero el asunto ha seguido como exponente del franco desafío de Washington, haciendo caso omiso a los mecanismos reguladores de Naciones Unidas y a los Acuerdos que sobre el tema han sido rubricados en distintas épocas.
Mientras tanto, Israel se ha convertido en la más peligrosa de las potencias nucleares, por cuanto, su política hostil contra la República Islámica de Irán, Siria y otras naciones de esa región, se enmarcan en una clara provocación a la comunidad internacional y en todos los casos, tiene el apoyo incondicional de Estados Unidos.
Desde 1946, la ONU aprobó, por primera vez, una resolución en la que se exige poner fin a la amenaza y el uso de esas armas, reducir su producción y avanzar hacia una total destrucción de las mismas.
Un mundo libre de armas nucleares sería un mundo más feliz y más seguro de su presente y su futuro.
Es muy lamentable que Naciones Unidas, en su reciente Asamblea General, haya constatado que a pesar de todos los llamados, los compromisos y el imperativo de su solución, hasta hoy no se ha destruido físicamente ninguna de estas armas, ni se ha cumplido alguno de los tratados al respecto.
Asimismo, el informe del SIPRI llama la atención en cuanto a que hay países con armamento nuclear que en vez de destruirlo, están desarrollando nuevos sistemas para esas armas y modernizan las ya existentes.
“Estos programas de modernización indican que el progreso genuino hacia el desarme nuclear se mantendrá como un objetivo lejano”, dijo Shannon Kile, investigador del Programa de Desarme, Control de Armas y No Proliferación del SIPRI.
Una verdadera frustración se percibe al saber que el Acuerdo de No Proliferación Nuclear, el único compromiso vinculante de desarme en un tratado multilateral por parte de los Estados poseedores de armas nucleares, fue aprobado por 122 países. Entre ellos no estaban, precisamente, las naciones en cuyas manos están las bombas nucleares y un año después solo había sido ratificado por 11 países, pese a que se necesitan 50 firmantes para que pueda entrar en vigor.
Se trata de un ejercicio matemático letal, por cuanto todos los cálculos y posibles sumatorias, chocan con una realidad muy irresponsable, pero realidad al fin, donde predomina la gran aspiración imperial de un mundo unipolar, dirigido por Estados Unidos, aunque la historia lo recuerde como el único país que hizo uso del arma nuclear y con ella laceró la vida a cientos de miles de indefensos seres humanos.
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