La inestabilidad italiana
14 de marzo de 2018
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Un rasgo característico de la situación europea desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial ha sido la inestabilidad política de la Italia surgida como consecuencia del derrumbe del fascismo en esa península-estado, donde la ideología mussoliniana parecía haber echado sus raíces más fuertes y con mayores posibilidades de irradiación hacia el exterior.
Así fue efectivamente desde la década de los 20 del pasado siglo, cuando el Duce y su movimiento de las camisas pardas desplazó a la agonizante monarquía, asumió el poder y lo retuvo con la violencia y los métodos habituales del fascismo, llegando a ser uno de los puntales del eje Berlín-Roma-Tokio, con sus delirantes sueños de grandeza y afanes por apoderarse del mundo.
Por esa época protagonizó fracasadas aventuras colonialistas en África –Etiopía y Libia– cuando sintió que había llegado tarde al reparto territorial del planeta en busca de riquezas anheladas y recursos faltantes, con pretensiones de metrópoli.
De entonces data también su apoyo militar al fascismo español que, según analistas de aquella contienda, jugó un papel no poco importante al inclinar la balanza de la Guerra Civil en favor del levantamiento franquista, aliado del mencionado Eje.
La derrota nazifascista en Europa y la liberación de Italia en particular, como consecuencia de la acción mancomunada de las guerrillas y la resistencia, -organizadas fundamentalmente por el Partido Comunista Italiano –y de las tropas estadounidenses, abrió las puertas de una nueva situación política en el país cuyas expresiones más vigorosas fueron entonces la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, considerado como el más numeroso y mejor organizado de Europa y posiblemente de todo el mundo capitalista.
Así las cosas, el llamado Plan Marshall lanzado por el gobierno de Estados Unidos para los países europeos recién salidos de la guerra en las condiciones más precarias y calamitosas tuvo a Italia entre sus objetivos priorizados y mayormente recompensados ante “la amenaza del Comunismo” que avanzaría desde los países del Este, según las insistentes campañas propagandísticas de Washington y sus aliados dentro del país.
Se logró llegar de ese modo al “milagro económico italiano”, que en la década de los 50 fue presentado al mundo como una especie de paraíso terrenal ante el desarrollo de las luchas obreras y sociales y como un antídoto a los éxitos que por esa época pudieran exhibir los países socialistas europeos y la URSS.
En medio de tales acontecimientos, sin embargo, la inestabilidad política fue creciendo y la fragmentación parlamentaria hacía imposible el mantenimiento de gobiernos estables que se sucedían uno tras otro, aunque sin alterar elementos esenciales como la importante participación de Italia dentro del pacto de la OTAN, donde constituye la pieza fundamental en el Mediterráneo.
Como se recuerda, un acercamiento transitorio y la posibilidad de formar gobierno entre los demócrata cristianos y los comunistas fue evitada y sellada misteriosamente con el asesinato del líder de la Democracia Cristiana y ex premier Aldo Moro, en un oscuro episodio cuyas consecuencias troncharon aquel proceso y duran hasta hoy.
Bien lejos ya del “milagro económico” y supuestamente concluida la “guerra fría”, los resultados que acaban de obtenerse en la reciente elección legislativa italiana confirman que la inestabilidad y la fragmentación en ese país –tercero en importancia dentro de la Unión Europea según datos actuales– dista mucho de haber terminado.
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