La guerra del terror contra Somalia
22 de diciembre de 2017
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Si en días recientes no se hubieran levantado las sanciones impuestas por Estados Unidos a Eritrea, por esta haber supuestamente ayudado a la organización Al Shabab en Somalia, se hubiera olvidado que esta nación africana es objeto de la llamada guerra contra el terror que el principal Estado terrorista del mundo impone a países que no bailan a su compás, generalmente pequeños y débiles.
Eritrea siempre negó que hubiera ayudado a Al Shabab, a la que Estados Unidos no ha logrado someter durante años, en los cuales ha aplicado una política de total hambruna que ha costado la vida a centenares de miles de personas.
Incapaz de encontrar o crear un líder somalí capaz de derrotar a Al Shabab, EE.UU. mantiene el asedio al pueblo de Somalia, para rendirlo por inanición. Negándose a autorizar el reparto de la gran cantidad de grano apilado en almacenes de Mombasa, Kenia, el régimen de EE.UU. se muestra a sí mismo como lo que es, inhumano.
Intenta evitar que la ayuda de alimentos llegue a las áreas controladas por las fuerzas de la resistencia, y si esta se restringiera a las zonas controladas por el gobierno títere apoyado por EEUU, sólo unos pocos barrios en Mogadiscio, la capital, serían alimentados.
Durante mucho tiempo, la situación ha sido tal que los funcionarios de las Naciones Unidas declararon a Somalia “la peor crisis humanitaria en África… peor que Darfur”, como resultado de la invasión etíope del 2006, apoyada por EE.UU.
Lo único claro es que Al Shabab sigue siendo la principal fuerza opositora a los intereses norteamericanos, luego de una contienda fragmentada en todo el país, en el que junto a sus aliados llegaron a apoyar a disímiles contendientes, algunos de los cuales ya están desaparecidos, al parecer.
Estados Unidos, sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte –principalmente Francia e Italia– armaron y apoyaron logísticamente a Etiopía, Eritrea y la Misión de la Unidad Africana, integrada por Burundi, Uganda, Kenia, Sierra Leona, Nigeria, Ghana y Yibutí, contra el llamado Emirato Islámico de Somalia y las organizaciones Al Shabab, Hizbul Islam, muyahidines extranjeros y la siempre manida Al Qaeda, que lo mismo le sirve a EE.UU. de pretexto para su “guerra contra el terrorismo”, que como instrumento para aterrorizar y destruir en Siria.
Otros entes, presuntamente ajenos a Washington y también en discordia al parecer anárquica, son Movimiento Raskamboni, Azania Ahlu Sunna Waljama’a, Puntlandia, Galmudug y Ximan & Xeeb.
Cifras incompletas afirman que los muertes desde 1991 hasta 1999 ascendieron a unas 700 000, con 1 900 000, refugiados, pero esos números han crecido lógicamente en los últimos años.
Entre octubre del 2010 y abril del 2012 perecieron otro medio millón de personas, entre ellas 133 000 niños. Se presume que tres millones de somalíes están amenazados de morir de hambre en estos momentos.
En ese ambiente de desestabilización e inestabilidad, el gobierno que tiene su sede en Mogadiscio ha perdido el control sustancial del Estado, el cual, realmente, nunca lo ha tenido, a pesar de la ayuda que le presta Kenia, presionada naturalmente por Estados Unidos.
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