La fábula del Israel demócrata
6 de mayo de 2019
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Algunos líderes ultraconservadores y derechistas israelíes se quejan de los denominados grupos de izquierda del país que, a su entender, pretenden asumir la dirección del país, basándose en una supuesta postura democrática, un programa contra la cada vez mayor injusta y desigual sociedad y la presunta intención de llevar una mayor calidad de vida, pero sólo para los israelíes.
Se ha intentado enlazar a esa izquierda con los palestinos que viven esclavizados en su propio país, pero nada más lejos de la verdad, a pesar de ciertos artículos en diarios menos conservadores, como Haaretz, pero que no se apartan en nada del guión depredador del sionismo.
Así, casi aplaudieron cuando el presidente norteamericano, Donald Trump, cortó de raíz suministros médicos para cinco millones de palestinos y adoptó con empresarios israelíes medidas para cerrar financieramente a los palestinos de Cisjordania y a los que aún subsisten en la Franja de Gaza, donde fueron paralizadas obras de reconstrucción, tras los constantes bombardeos de la artillería y la aviación del agresor, bajo el pretexto del lanzamiento de algún que otro cohete contra Israel.
En cuanto a la izquierda, no sólo no se apone a esta situación, sino que apoyó la puesta en práctica de la racista ley Nación-Estado, aprobada el año pasado por el Parlamento sionista, que establece que “Israel no pertenece a todos sus ciudadanos, sino que es el Estado-nación del pueblo judío”, cuestión que refrenda en el texto, cuando estipula que “el derecho a ejercer la autodeterminación nacional en el Estado de Israel es exclusivo del pueblo judío”.
Los redactores de la ley dejaron en claro que los ciudadana palestinos de Israel, alrededor del 20% de la población dentro de los territorios que ocupó en 1948, no son ciudadanos iguales; En cambio, son sujetos coloniales.
Debido al hecho de que esta nueva ley, que tiene un estatuto constitucional, hizo tan explícito el racismo de Israel, The Guardian, de Londres, en un editorial sobre el tema concluyó que “la nueva ley no ayudará, amplifica en lugar de contrarrestar las peores tendencias de la democracia israelí”.
Incluso los sionistas liberales estadounidenses se opusieron a la ley, aunque en términos estrechos. No tanto por su naturaleza fundamentalmente racista, sino porque, como lo expresó uno de ellos, “tendrá un efecto negativo en Israel”.
Los liberales están equivocados: la Ley del Estado-nación no ha hecho de Israel un estado fundamentalmente más racista, sino que el efecto real de la ley ha sido consagrar constitucionalmente el racismo anti-palestino que ya está profundamente arraigado en la legislación y la práctica israelí. Simplemente, confirma la naturaleza racista de por vida del Estado.
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