La derrota es huérfana
23 de agosto de 2021
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Como era de esperarse, las consecuencias iniciales de la retirada abrupta y desordenada de las fuerzas intervencionistas de Estados Unidos y sus socios de la OTAN tras 20 años de ocupación infructuosa y sangrienta del territorio sufrido y devastado de Afganistán, han provocado ya repercusiones multidimensionales que van más allá de las fronteras del país, aunque incluyen también y en primer término a la huida precipitada del gobierno afgano del presidente Ashraf Gahni y sus principales colaboradores.
De esto último, se afirma que fue acordada pacíficamente durante una negociación en el palacio presidencial de Kabul con dirigentes del movimiento talibán, que lo ocuparon sin disparar un tiro y como si respondieran a previos acuerdos alcanzados discretamente con anterioridad.
No era secreto para nadie que tales negociaciones venían adelantándose desde hace varios años y tuvieron mayor impulso durante la Administración Trump, tal como denuncia en su libro el ex asesor de seguridad de la Casa Blanca de entonces –John Bolton– quien se declaró en contra de tales negociaciones y las consideró una de las causas principales de su renuncia y salida del régimen trumpista.
Sin embargo, en el contexto de la rivalidad política interna de Estados Unidos, la retirada ocupacionista y la forma en que se produjo han servido de oportunidad a Donald Trump para arreciar sus críticas y acusaciones contra el presidente John Biden, a quien ahora pide la renuncia y emplaza por la vergonzosa e incondicional huída, que no es más que la culminación de un largo proceso en que el propio Trump se involucró con entusiasmo en su momento.
Pero así son las cosas en el carnaval político yanqui. Se confirma la memorable aseveración de John F. Kennedy a raíz de la fracasada invasión mercenaria de Playa Girón en Cuba: “La victoria tiene muchos padres, la derrota es huérfana…”. En esta ocasión, le ha tocado a Biden asumir la paternidad del descalabro, comparable a los de Corea, Viet Nam e Irán, donde el intervencionismo imperialista no corrió mejor suerte bajo otras administraciones.
Tras lo ocurrido y por ahora, el futuro inmediato de Afganistán sigue siendo poco predecible y confuso. Mucho dependerá de la manera en que el movimiento talibán, -la principal fuerza militar y con indudable base de apoyo social que le ha permitido sobrevivir, robustecerse y crecer durante 20 años de resistencia y combate,- sea capaz de conducirse con inteligencia, prudencia, habilidad diplomática y generosidad, de lo cual la nueva dirección de ese movimiento parece estar dando muestras –según las informaciones que llegan desde allá– y a pesar de las manipulaciones y tergiversaciones de que siempre ese movimiento ha sido víctima en medio de sus aciertos o errores.
El gobierno imperialista de Estados Unidos y sus socios de la OTAN han comenzado ya el inevitable pataleo y hasta amenazan con una eventual reintervención y apoyo a algunos grupos afines y colaboracionistas que les quedan sobre el terreno. Si nos guiamos por lo sucedido en los últimos tiempos, llegaremos a la conclusión de que nada de eso es serio y no es más que el vano intento de encubrir otra costosa y estrepitosa derrota del intervencionismo imperial, pretendiendo decidir los destinos de una nación en sustitución de la libre voluntad de su propio pueblo, esto es algo inadmisible en Afganistán o en cualquier otro “oscuro rincón del mundo”.
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