Igual política hacia los árabes
17 de enero de 2017
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Se va Barack Obama y llega Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y nada parece presagiar que van a mejorar las relaciones con árabes y musulmanes, por el contrario, cuando arrecia la poco publicitada agresión dirigida por el imperialismo en Yemen –el país árabe más pobre–, que ha dejado sin vida a más de 10 000 personas, al tiempo que se anuncia el traslado de la embajada de EE.UU. en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, violando el derecho de musulmanes y cristianos a compartir el lugar sagrado con los judíos.
Por lo pronto, Trump se mostró contra la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contraria a los asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada, prediciendo la continuidad de la colusión con el American Israel Public Affairs Committee, organización que es la cabeza visible del poder sionista en Estados Unidos.
Las buenas migas de Trump con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, predicen desde ahora que EE.UU. seguirá apoyando la posición de Tel Aviv de considerar inaceptable cualquier negociación con los palestinos que se basan en las fronteras de junio de 1967.
Trump ya había expresado en su campaña animadversión contra los musulmanes, independientemente de que luego atemperara su posición, aunque Obama siempre mantuvo un doble rasero al respecto, porque mientras trataba de convencer de que EE.UU. no libraba una cruzada contra los pueblos árabes, siempre mostró su incondicional apoyo al Estado judío y el compromiso absoluto con la seguridad de Israel.
Es decir, Trump no tiene que hacer mucho para mantener la política de Obama hacia los árabes, continuadora de la agresiva de William W. Bush, ya exhibida al dejar más de un millón de muertos y una población dividida en una guerra sectaria en Iraq, a la cual siguió el saliente mandatario con una conflagración urdida por el imperialismo en Siria, y la agresión de sus genuflexos aliados de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte en Libia.
Y lo de genuflexos no es exageración, cuando dejan al garete la seguridad en Europa, por la entrada cada vez mayor de tropas estadounidenses, en tanto perjudican su propia economía con las injustas sanciones que aplican a Rusia, dictadas por Washington, en represalia porque Moscú recuperó su soberanía sobre Crimea, con aquiescencia del pueblo de la península.
Ahora bien, Obama quizás supere a Trump por su discurso elocuente, de engañifas, en la que a veces se considera víctima de sus adversarios, por no haber aprobado algunas de sus reformas, en tanto otras que si lo fueron, aunque muy restringidas, están al borde de desaparecer cuando asuma el nuevo mandatario, especialmente los referidos a la salud.
Cuando Barack tenía mayoría parlamentaria hizo muy poco al efecto, y todas sus expresiones mayores tuvieron lugar al quedar en minoría legislativa.
Trump, por el contrario, llega al poder con cámaras controladas por su Partido republicano, independientemente de disensiones, y no tendrá que hacer aquellos discursos edulcorados de su próximo antecesor, como cuando se presentó como el abanderado de aquellas sublevaciones árabes que el Imperio birló y burló. Pero esto es material profundo y educativo para posterior estudio.
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