¿Habrá que seguir esperando?
18 de noviembre de 2016
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Cuando el avión presidencial de Estados Unidos se posó este miércoles en el aeropuerto internacional de Alemania, llegaba Barack Obama a su última misión como representante de la Casa Banca.
Sabe que le quedan escasamente dos meses como presidente de los Estados Unidos y prefirió ir a clamar ánimos de los que en el Viejo Continente se han llenado de incertidumbre con las declaraciones del mandatario electo, Donald Trump.
En sus dos mandatos, Obama, ha intentado cumplir algunas promesas que el Congreso le ha impedido.
Quizás el nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, tenga razón en algunas de sus declaraciones antes de tomar la batuta, en cuanto a que Estados Unidos debe dejar de involucrarse en guerras fuera de sus fronteras y concentrarse en los asuntos internos… bastante complicados, por cierto.
Obama, en sus jornadas finales dirigiendo la mayor potencia mundial, emprendió su última gira internacional en la que, según la prensa en Washington, debe explicar a los anfitriones de los países que visitará, cuáles fueron los problemas por los cuales su partido, el Demócrata y su candidata, Hillary Clinton, perdieron los comicios.
El hecho mismo de que Clinton haya obtenido más votos populares que Trump, y aún así perdiera, puede criticarse ahora, pero es el mismo método utilizado en elecciones anteriores, en las que, incluso, ha llegado a elegirse a un presidente con solo el 25% de los votos ciudadanos.
Esa es la forma “democrática” del sistema electoral norteamericano, y por muchas críticas que los demócratas hagan ahora, no va a cambiar, porque para ello tendría que cambiar el sistema todo y eso, parece aun distante, más teniendo en cuenta los actuales comicios.
Obama cerrará la puerta de la oficina oval en la Casa Blanca y entregará las llaves a Trump, con la gran deuda de dejar abiertos muchos frentes o haber incumplido muchas promesas.
La adversidad de un Congreso republicano y hostil y la inconsecuencia como mal congénito en las decisiones principales, lo involucraron en conflictos comenzados por administraciones anteriores, de los que, en vez de alejarse, optó por la variante de querer demostrar la supremacía de su país, a cambio de altas cifras de muertos, heridos, desplazados y la destrucción total de pueblos y ciudades como ha ocurrido en Afganistán, Libia, Iraq, Yemen y Siria.
Tampoco pudo cerrar la cárcel y centro de torturas instaurado por su antecesor George W. Bush en la ilegal Base de Guantánamo, que tiene ocupado parte del territorio de la soberana isla de Cuba.
Desde su misma candidatura y posterior elección, Obama dijo y volvió a decir que esa cárcel –bochorno para los propios norteamericanos– sería clausurada y así acabaría una pesadilla que tanto daño ha hecho a la política exterior de Washington.
En los frentes militares, recordemos que el mandatario demócrata, lejos de distanciarse de la guerra en Afganistán, optó primero por decir que asumía aquella como “su guerra”; luego retiró de allí a miles de sus soldados… pero dejó a otros miles sin que unos u otros hicieran de aquel empobrecido país asiático, una nación más estable, con menos hambre y con esperanzas de presente y futuro.
De Iraq, qué decir. La justificación de George W. Bush para bombardearlo y ocuparlo fue una de las burlas más groseras que se recuerde en las últimas décadas. Pero allí fueron muertos o despedazados por los bombardeos norteamericanos y de la OTAN más de un millón de personas.
El país fue destruido. Sus riquezas petroleras pasaron a manos de las transnacionales. El uranio empobrecido utilizado en las bombas aun deja heridas incurables en niños que nacen con malformaciones, falta de órganos y otros males.
Hoy en Iraq se libra un combate mortal contra los terroristas del Estado Islámico, mientras la población sufre a diario las acciones de coches bomba en centros comerciales y otros, y una desestabilización generalizada ha convertido al país árabe en un verdadero caos.
Libia, nación en la que la “democracia” occidental de las bombas asesinó al presidente Muamar el Gadafi, hoy es un territorio inviable, dividido en dos, sin un gobierno y autoridades centrales que lo identifiquen como Estado. Es terreno fértil para el terrorismo y el tráfico humano de los desesperados africanos que huyen al hambre y las guerras y se lanzan a la mar en precarias embarcaciones en busca de una nueva vida en la Europa que tantas deudas tiene con ese continente empobrecido.
Yemen, es parte del contexto geopolítico en el que coinciden no solo el apetito occidental, sino el de gobiernos aliados de Washington en la región del Golfo que bombardean a ese país, con aviones y cohetes comprados al Complejo Militar norteamericano por cifras multimillonarias de dólares.
En el caso sirio, Obama y su equipo han apostado al doble discurso y, mientras dicen combatir a los grupos terroristas del llamado Estado Islámico (EI), financian y aúpan a los de Al Nusra, variante de Al Qaeda, tan terroristas como los del EI.
En Siria la administración Obama deja abierto un frente de guerra que no solo involucra a la nación árabe, sino que implica a potencias como Rusia, históricamente comprometida con Damasco, con una base militar en aquel territorio y que, a petición de las autoridades sirias, participa directamente con sus medios más modernos en el combate a los grupos extremistas que operan en el territorio de esa nación.
La guerra en Siria hay que terminarla, por bien de Siria, de Estados Unidos, de la región del Oriente Medio y de la humanidad toda, antes de que se convierta en un enfrentamiento directo de potencias miliares.
En ese contexto, un nuevo gobernante, Donald Trump, ocupará desde enero la Casa Blanca norteamericana.
Muchas heridas, abiertas por administraciones anteriores a la de Obama, serán, por lógica, parte de una abultada agenda, donde también aparecen el tema iraní, la masacre israelí contra los palestinos, las sanciones económicas contra Rusia y el bloqueo norteamericano contra Cuba, que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a la población de la Isla.
Esperemos que la nueva administración, quizás sin prometer tanto, emprenda pasos reales para dejar de inmiscuirse en guerras, sanciones y bloqueos allende los mares y dedique tiempo y recursos para atender los problemas de una población afectada por una pobreza de 46 millones de personas.
Súmese a ello, el mal de una violencia incontrolada provocada por el racismo y la existencia de millones de armas en manos de la población.
También en lo interno, el tema de las fronteras y la entrada de las drogas que se consumen por los ciudadanos norteamericanos y la inmigración ilegal deben centrar la atención de la nueva administración.
Cuando se eliminen los privilegios de una Ley de Ajuste Cubano y su manipulado concepto de pies secos y pies mojados, se podrá cerrar otro de los frentes que se han mantenido abiertos como parte del proyecto de desestabilizar a Cuba.
No basta con decir una y otra vez que la política usada por las administraciones norteamericanas contra Cuba ha sido un verdadero fracaso y que debe cambiarse. El tema debe ser acabar con esa política, con el bloqueo, con todo el andamiaje encaminado a rendir por hambre al pueblo cubano, lo que no sucederá jamás.
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