Habrá que esperar
22 de diciembre de 2020
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Quien haya podido leer el plan que Joe Biden prometió poner en marcha si resultase electo presidente, comprenderá que habrá que esperar a que enfrente el fuerte desafío de la terrible epidemia de la COVID-19 que la mala atención, ligada con maldad, le dejará Donald Trump como nefasta herencia, con el mayor número de contagias y fallecimientos en todo el mundo.
Pienso que fue la COVID-19 la que ayudó a decretar la derrota del magnate millonario, por los males que causó a millones de personas que se sintieron desamparadas y desatendidas, la inmensa mayoría de las clases menos pudientes y que, al contrario de otros millones de abandonados, si tenían derecho al voto.
En su afán de reelección, Trump actuó inescrupulosamente, y para ello, conociendo el temperamento y la falta de formación, incluso en las altas esferas, utilizó un calculado racismo para su reelección.
De ahí que se fuera polarizando la sociedad norteamericana, con miles de supremacistas blancos partidarios de Tremp armadas hasta los dientes para intimidad y hasta agredir a sus opositores que, por primera vez en mucho tiempo, aglutinó a un gran número de movimientos sociales que, reitero, acudieron a votar personalmente o por correo, dejando a un lado la tradicional abstención, que siempre ha favorecido a los peores.
En cuanto a Biden, si lograra enfrentar exitosamente la pandemia, tiene que poner enpráctica un programa electoral que es aún más ambicioso que el que prometió Barack Obama, de quien era su vicepresidente, y que apenas cumplió en algunos aspectos.
Con una vicepresidenta, dirigentes de movimientossociales y simpatizantes de las llamadas minorías étnicas a su favor, que le convirtieron en el presidente más votado de la historia –sólo así podía derrotar a Trump- es muy difícil que Biden dé marcha atrás en el plan, que, en su gran parte, directa e indirecta, tiende a combatir la desigualdad racial, aspecto acendrado en la desigual sociedad desde hace siglos.
Me imagino que muchos de ustedes hayan visto la película King Kong y la exhibición del enorme gorila en Nueva York. Antes, Madison Gran, director de la Sociedad Zoológica de Nueva York, expuso en el Zoológico de Bronx a Ota Benga, una persona pigmea traída de África, junto con simios y otros animales en 1906.
A instancias de Gran, un prominente científico racista y de eugenesia, el director Hornada, puso a Ota Benga en una jaula con un orangután y le colocó un cartel señalándolo como “el eslabón perdido”, dando a entender que africanos como Ota eran una especie animal intermedia entre los monos y los europeos.
Conocidos que viven en Georgia cuentan de los miles de negros que fueron quemados vivos por los racistas en ese estado, algo que no debe extrañar cuando se conoce que en Estados Unidos se practicó la esclavitud desde la época colonial con esclavos africanos y las personas de ascendencia africana, y ocasionalmente con los amerindios.
Una ley de Virginia de 1705 estableció que la esclavitud se aplicaría a aquellas personas de pueblos que no fueran cristianos. La mayoría de los esclavos eran negros y estaban en poder de los blancos, aunque algunos norteamericanos nativos y negros libres también tenían esclavos. La esclavitud se prohibió en Estados Unidos en 1865, luego de la Guerra de Secesión, mediante la Decimotercera Enmienda de la Constitución, pero la discriminación racial, cada vez más acentuada, prosigue hasta nuestros días.
El plan de Biden tiene aspectos que ayudarían sobremanera a combatir esta horrible condición, pero primero tendrá que enfrentar la pandemia. Habrá que esperar.
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