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Ginebra… ¿Herida de muerte?

26 de enero de 2014

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Las noticias que llegan de Montreux, Suiza, no permiten siquiera un moderado optimismo acerca del desarrollo y los eventuales resultados de esa peculiar “conferencia de paz” sobre Siria organizada por el secretario general de la ONU, -a quién le fue confiada esa delicada misión por parte de Rusia y Estados Unidos,- con una composición que, desde sus mismos inicios, no presenta muchas probabilidades de seguir adelante pues se advierte la completa desventaja en que se encuentra la parte Siria.

Las pretensiones de acorralar a Siria sobre la mesa de negociaciones con vistas a obtener de ese modo lo que ni los mercenarios ni sus padrinos pudieron lograr hasta ahora, -tras tres años de agresión.- en el terreno de los enfrentamientos militares, se pusieron en evidencia desde un principio y ello fue corroborado por la insólita negativa a la participación de la República Islámica de Irán, tras haber sido formalmente invitada al cónclave.

Pocas veces un gesto diplomático se convirtió tan rápidamente en una mezcla de bochorno y ridículo, indigno de los manejos de la diplomacia internacional.

Para que el secretario imperial John Kerry fuera a repetir la cansona melodía de que el presidente sirio Bachar al Assad no puede continuar ejerciendo su cargo porque así lo han decidido Estados Unidos, la Unión Europea y los mercenarios organizados y financiados por ellos y algunas monarquías petroleras, no era necesario realmente ir tan lejos.

El canciller sirio Walid Muallem le dio allí mismo la más cabal respuesta: “Nadie en el mundo tiene derecho a otorgar o retirar la legitimidad de un presidente, una constitución o una ley, excepto los propios sirios”.

Los mercenarios allí congregados, -por supuesto,- bailaron al son de la música tocada por Kerry y demandaron también la salida de Assad y la formación de un llamado “gobierno de transición” que les entregue el poder para colocarlo a los pies de sus patrocinadores, convirtiendo a Siria en mero satélite del Imperio.

Las historias más cercanas y recientes de las agresiones contra Iraq y Libia significaron prácticamente la destrucción de esos dos países, que hoy se debaten entre la ingobernabilidad, el terrorismo, el saqueo y la muerte y han encendido las alarmas del pueblo sirio, -incluida la llamada oposición interna,- que rechaza el procedimiento imperial de repartirse en pedazos al país agredido, intervenido, ocupado y destruido.

Los países que, como Rusia, han confiado de buena fe en una negociación justa y honorable e impulsado una salida pacífica y con respeto para todos, seguramente comienzan a sentirse defraudados ante el escenario montado para desarrollar el más ridículo de los libretos y sentar a Siria, de este modo, en un supuesto banquillo de los acusados.

Mientras dentro del territorio sirio los grupos mercenarios se combaten y se matan entre sí, en Suiza se sientan alrededor de la misma mesa y simulan el papel de fiscales ante la mirada de sus patrocinadores, que no dejan de sentirse desconcertados ante tanta indecencia e hipocresía.

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